domingo, 28 de octubre de 2012

¿TIENE MI VIDA UNA DIRECCION?



¿De dónde vienes tú, y a dónde vas?
Génesis 16:8


Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
2 Timoteo 1:12
Esta pregunta se puede comprender de dos maneras, tan importantes la una como la otra.
La primera es: ¿A dónde va mi vida? ¿Cuál es su sentido, su objetivo? ¿Hacia qué puerto se dirige mi barca? ¿Va realmente hacia un puerto, o más bien hacia un arrecife en el que me espera el naufragio? Sería insensato el viajero que siguiese su camino sin tener la más mínima idea de su destino.  Sin embargo, ésa es la actitud de la mayor parte de la humanidad.  ¿Es quizá la suya? Reconozca que no tiene sentido.
Segunda forma de comprender la pregunta: ¿Mi vida tiene una dirección, en el sentido de que hay alguien que la dirige? Quizá digamos como ese poeta inglés: «Soy el dueño de mi destino, el capitán de mi vida».  Entonces surge otra pregunta: ¿Soy un buen capitán, dueño de mis acciones y mis reacciones, sabio en mis decisiones, prudente al trazar mis proyectos? ¿Respeto las leyes divinas?
A esas dos preguntas el creyente puede responder: Jesús es mi objetivo, Jesús es mi maestro y mi piloto.  El creyente sabe adónde va y en manos de quién puso su vida.  Por naturaleza, sin Dios me encontraba como todos los hombres, en la dirección opuesta, conducido por el diablo a la perdición eterna.
Hoy, a quienes no han dado media vuelta para ir por la buena dirección, Dios hace este llamado: “Escoge, pues, la vida, para que vivas” (Deuteronomio 30:19).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

sábado, 27 de octubre de 2012

JESUS EN NUESTRA CASA Y NOSOTROS EN LA SUYA



(Jesús dijo:) He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis 3:20
Jesús compara nuestra vida con una casa cuyo propietario es él y nosotros somos sus inquilinos.  Por lo tanto, cuando estamos en nuestra casa, realmente estamos en la suya.  Hemos amueblado nuestra vivienda según nuestras conveniencias y gustos; hemos organizado nuestra vida, nuestros proyectos… en otras palabras, nos hemos instalado.  Él, el Salvador, todavía está fuera, a la puerta.  Está ahí quizá desde hace mucho tiempo, y podría seguir ahí todavía durante mucho tiempo, porque es paciente.  ¿Lo dejaremos entrar? ¿Le abriremos la puerta? Ahí está el asunto.  Nosotros tenemos la llave; está por la parte de adentro.  Él está al exterior; llama y espera.
Jesucristo se presenta ante nosotros, por lo tanto debemos tomar una decisión.
¿Formamos parte de los que no abren, de los que dicen: «Abriré más tarde»? ¿O somos de los que deciden abrir sin tardar?
Preguntémonos de qué lado de la puerta se halla Jesús: ¿Adentro o afuera? ¿Está al exterior o al interior de nuestra vida? Toda nuestra vida cambia si Él vive en nosotros.  Así que, si aún no lo ha hecho, ábrale ahora mismo.
Entonces entrará, y con él vendrá esa verdadera felicidad que no depende de las circunstancias de la vida, y que quizás usted busca desde hace tanto tiempo.
“Vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

martes, 23 de octubre de 2012

LAS ALARMAS DE SEGURIDAD



No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor… sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia.
2 Timoteo 1:8-9
La reglamentación de aviación civil obliga a la tripulación aérea a fijarse en las alarmas de seguridad antes del despegue.  Una de ellas dice: «En caso de descompresión de la cabina, las máscaras de oxígeno caerán automáticamente al alcance de su mano.  Tome la máscara, colóquela en la boca y la nariz y respire normalmente».  Las personas que viajan en avión deben estar atentas a estas recomendaciones, pues eso podría salvarles la vida.
Los que creemos en Cristo también recibimos un mensaje que puede salvar la vida de las personas que nos rodean: la gracia de Dios trae la vida eterna.  A menudo, cuando hablamos de esto, vemos indiferencia en la gente, pero pensemos en las personas que nunca han oído hablar del Señor, y no nos desanimemos: continuemos anunciando este mensaje.
El mensaje de alarma en la aviación está complementado por éste: «Póngase primeramente su máscara antes de ayudar a otros».  Este principio de seguridad es capital.  La tentación para una madre es colocar primeramente la máscara a su hijo.  El riesgo es que no lo consiga a tiempo y que ambos pierdan el conocimiento.  Igual sucede con la vida eterna que da la fe en el Señor Jesucristo: primero es necesario poseerla uno mismo antes de poder ayudar a una persona que vive una vida sin Dios.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

lunes, 22 de octubre de 2012

ESCRITO EN LA PARED DE LA CARCEL



Las cosas que se escribieron… para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.
Romanos 15:4
Durante la Segunda Guerra Mundial, D. Caskie, joven escocés que vivía en Francia, fue encarcelado por haber ayudado a prisioneros de guerra aliados a huir de Francia.  En un libro escribió lo siguiente: «Fue una experiencia frustrante, humillante, la cual podía perfectamente conducir a un hombre a la desesperación, pero mi conocimiento de la Biblia me salvó.  Un día me quitaron mi Biblia.  Pero ese libro lo tenía en mi cabeza y en mi corazón, y sostuvo mi fe y mi equilibrio mental».
Caskie fue transferido a otra cárcel y allí descubrió, grabados en las paredes de su nueva celda, los nombres de numerosos prisioneros.  Pero él inscribió algunas palabras de la Biblia: “Así dice el Señor… No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.  Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.  Cuando pases por el fuego, no te quemarás” (Isaías 43:1-2).  Caskie oró a fin de que el Espíritu Santo utilizase esas palabras para ayudar a un prisionero que tuviese necesidad de la paz con Dios.
Más tarde, en otra cárcel, alguien le contó: «Estaba a punto de acabar con mi vida, para escapar a la tortura, cuando vi unas palabras en la pared que me detuvieron al instante; palabras reconfortantes y consoladoras.  Nunca las olvidaré».  Entonces recitó el texto de Isaías que Caskie había grabado.  Una vez más la Palabra de Dios había mostrado su poder, y la oración de Caskie había sido escuchada.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

viernes, 12 de octubre de 2012

¿QUIEN ES JESUS PARA USTED?



Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación.
Hechos 4:11-12

Como lo había anunciado el profeta Isaías, Jesús fue “despreciado y desechado” por los hombres.  “No lo estimamos” (Isaías 53:3).  Pero Dios, en los momentos escogidos por él, no dejó de hacer resplandecer su grandeza.
Antes que Jesús entrara en el mundo, Dios envió un ángel para decir a María: “Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.  Éste será grande” (Lucas 1:31).  Un ángel anunció el nacimiento de Jesús a unos pastores de Belén: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:11).  A Jesús no se le dio un lugar en el mesón, por eso tuvo que ser acostado en un pesebre.
Las Escrituras hablan poco de su infancia, excepto para mostrárnoslo en el templo escuchando e interrogando a los eruditos, los doctores de la ley.  ¡Tenía doce años! (Lucas 2:46).
Continuó su camino, yendo de lugar en lugar, siempre como un desconocido para los hombres.  Pero Dios se complació en mostrar su gloria.  Incluso cuando Jesús, en su gracia, se unió a los que venían al Jordán para ser bautizados por Juan, no se debía confundir con los demás.  El cielo se abrió y la voz divina declaró: “Tú eres mi Hijo amado” (Lucas 3:22).  En el monte alto, en donde Jesús apareció en su gloria con Moisés y Elías, una nube cubrió a los discípulos.  “Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lucas 9:35).  Él era el más grande de todos, era el Hijo de Dios.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)