Sed llenos del Espíritu... cantando y alabando al
Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y
Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Efesios 5:18-20
Lea Lucas 17:11-19
Jesús se encontró con diez hombres que tenían
lepra, enfermedad que en aquella época era incurable. Puestos en
cuarentena, estaban abandonados a su triste suerte. La ley de Moisés
declaraba: El leproso “habitará solo; fuera del campamento será su
morada” (Levítico 13:46).
Estos hombres fueron al encuentro del Señor y, a distancia, le suplicaron: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”. Su oración fue rápidamente escuchada: Jesús no los rechazó. Lleno de compasión respondió a su miseria, como lo hace con todos los que se dirigen a él con fe. Les dijo que fueran a mostrarse a los jefes religiosos para que fuesen testigos de su curación. Y mientras iban, fueron sanados. ¡Qué felicidad debieron sentir! Uno de ellos, un extranjero, al ver que estaba sanado, volvió a Jesús “glorificando a Dios a gran voz”. Él, quien antes no podía acercarse a Jesús, se echó a sus pies dándole gracias. Esta manifestación de agradecimiento alcanzó el corazón del Señor. Pero, ¿dónde estaban los otros nueve leprosos sanados? Ninguno había vuelto para dar gloria a Dios.
Nuestro Señor desea que aquellos a quienes salvó le expresen su agradecimiento. Lo espera de cada uno en particular, pero también nos invita a alabarlo colectivamente. ¡Qué gozo cuando, con simplicidad, en espíritu y en verdad, podemos hacerlo juntos, incluso si somos pocos, para recordar al Señor Jesús y ofrecerle nuestra adoración por medio de cánticos espirituales y oraciones que expresan nuestro agradecimiento! ¡Él es digno de ello!
Estos hombres fueron al encuentro del Señor y, a distancia, le suplicaron: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”. Su oración fue rápidamente escuchada: Jesús no los rechazó. Lleno de compasión respondió a su miseria, como lo hace con todos los que se dirigen a él con fe. Les dijo que fueran a mostrarse a los jefes religiosos para que fuesen testigos de su curación. Y mientras iban, fueron sanados. ¡Qué felicidad debieron sentir! Uno de ellos, un extranjero, al ver que estaba sanado, volvió a Jesús “glorificando a Dios a gran voz”. Él, quien antes no podía acercarse a Jesús, se echó a sus pies dándole gracias. Esta manifestación de agradecimiento alcanzó el corazón del Señor. Pero, ¿dónde estaban los otros nueve leprosos sanados? Ninguno había vuelto para dar gloria a Dios.
Nuestro Señor desea que aquellos a quienes salvó le expresen su agradecimiento. Lo espera de cada uno en particular, pero también nos invita a alabarlo colectivamente. ¡Qué gozo cuando, con simplicidad, en espíritu y en verdad, podemos hacerlo juntos, incluso si somos pocos, para recordar al Señor Jesús y ofrecerle nuestra adoración por medio de cánticos espirituales y oraciones que expresan nuestro agradecimiento! ¡Él es digno de ello!