(Jesús les dijo:) Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame.
Lucas 9:23
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
Gálatas 2:20
En la época de los romanos, todo condenado a muerte
de crucifixión debía «tomar su cruz». Pero, ¿qué significa esta expresión para
nosotros los creyentes? No es, como a veces se piensa, aceptar estoicamente los
sufrimientos y las pruebas de la vida. Jesús emplea esta poderosa imagen para
enseñarnos una verdad completamente diferente y muy importante. «Tomar su cruz»
es negar su «yo» egoísta e independiente de Dios. Ese «yo» que se irrita,
envidioso, rencoroso, que se niega a reconocer sus faltas, que es duro con los
demás pero que está satisfecho consigo mismo. Ese «yo» que, sin embargo, puede
ser religioso, defender una moralidad, hacer todo tipo de buenas obras y que
siempre está presente y listo para manifestarse en la vida del creyente.
La Biblia me enseña que Dios me liberó de ese «yo» profundamente orgulloso y egoísta. ¿Cómo puede mostrarlo en la práctica? Identificándome con Cristo en su muerte en la cruz para que, en adelante, viva una nueva vida no para mí, sino para él y para mi prójimo. Mediante la fe experimento poco a poco, en mis circunstancias cotidianas, esta verdad liberadora. En cada circunstancia debo elegir entre obedecer al «yo», o dejarme guiar por el Espíritu Santo. Que cada vez pueda responder: «Señor Jesús, tú que eres mi verdadera vida, concédeme tomar mi cruz y seguirte gozoso».
Entonces los demás notarán en mi comportamiento algún parecido con Jesús, y así seré un testigo de su gracia y del poder liberador de su muerte.
La Biblia me enseña que Dios me liberó de ese «yo» profundamente orgulloso y egoísta. ¿Cómo puede mostrarlo en la práctica? Identificándome con Cristo en su muerte en la cruz para que, en adelante, viva una nueva vida no para mí, sino para él y para mi prójimo. Mediante la fe experimento poco a poco, en mis circunstancias cotidianas, esta verdad liberadora. En cada circunstancia debo elegir entre obedecer al «yo», o dejarme guiar por el Espíritu Santo. Que cada vez pueda responder: «Señor Jesús, tú que eres mi verdadera vida, concédeme tomar mi cruz y seguirte gozoso».
Entonces los demás notarán en mi comportamiento algún parecido con Jesús, y así seré un testigo de su gracia y del poder liberador de su muerte.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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