lunes, 29 de julio de 2013

EL ESCANDALO DE LA CRUZ



Jesús… sufrió la cruz, menospreciando el oprobio.
Hebreos 12:2


Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.
Gálatas 6:14

En Roma se encontró un grafiti del segundo siglo pintado en la pared de una casa. Los especialistas piensan que esa casa era una escuela en honor a los pajes imperiales. Éste es el primer dibujo que poseamos sobre la crucifixión, y es una caricatura de Jesús en la cruz. A la izquierda aparece otro personaje y abajo se hallan trazadas de forma irregular las siguientes palabras: «Alexamenos adora a su Dios», elocuente testimonio de las burlas e incomprensión que sufrieron los primeros cristianos.
¿Es realmente razonable, para recibir la vida, poner la esperanza en un hombre muerto en una cruz? ¿Reconocerlo como el Mesías prometido por Dios? ¿Por qué fue necesaria una muerte tan horrible para salvar a los hombres? Quizás éstas sean unas de nuestras preguntas secretas. Pero, ¿qué dice la Biblia, la Palabra de Dios?
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). La muerte de Jesucristo en la cruz, que sobrepasa todos los pensamientos humanos, es un escándalo para muchos. Pero el creyente acepta con respeto este hecho insondable: Cristo, el Hijo de Dios, murió por nuestros pecados (1 Corintios 15:3). Llevó el juicio en lugar de los que creen en Él. “También Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos” (1 Pedro 3:18). La cruz de Cristo, escándalo para la razón humana, es la expresión suprema del amor de Dios por el hombre.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

domingo, 28 de julio de 2013

Inquietud y sosiego: pasajes del Salmo 77



Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre… Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en el Señor mi esperanza.
Salmo 73:26, 28


En Dios solamente está acallada mi alma.
Salmos 62:1

“Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y él me escuchará. Al Señor busqué en el día de mi angustia; alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; mi alma rehusaba consuelo. Me acordaba de Dios, y me conmovía; me quejaba, y desmayaba mi espíritu. No me dejabas pegar los ojos; estaba yo quebrantado, y no hablaba. Consideraba los días desde el principio, los años de los siglos. Me acordaba de mis cánticos de noche; meditaba en mi corazón, y mi espíritu inquiría: ¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades?… Me acordaré de las obras del Señor; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos. Oh Dios, santo es tu camino; ¿qué dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder. Con tu brazo redimiste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José. Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra. En el mar fue tu camino, y tus sendas en las muchas aguas; y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas”.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

sábado, 27 de julio de 2013

LAS TRES RESURRECIONES HECHAS POR JESUS



Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer.
                                                                                                                 Lucas 8:55.


Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar.  Y lo dio a su madre.
                                                                                                  Lucas 7:15.

Jesús resucitó a la hija de Jairo, una niña de doce años, y pidió a sus padres que le diesen de comer (Lucas 8:41-56). Al igual que la vida física, la vida divina necesita alimento para desarrollarse, principalmente en los jóvenes en la fe. Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4). Y el apóstol Pedro escribió: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada” (1ª Pedro 2:2). Esta Palabra nos es indispensable, es el verdadero pan que viene del cielo, el pan de vida: “Mi Padre os da el verdadero pan del cielo” (Juan 6:32, 35, 58).

       Jesús resucitó a Lázaro y lo liberó de lo que le impedía caminar. Él dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:38-44). El hijo de Dios debe andar “en vida nueva” (Romanos 6:4). Es libre, y el Espíritu lo conduce. “En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8-9).

       Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín, el cual se sentó y volvió a hablar (Lucas 7:11- 17). El creyente nacido de nuevo es testigo de Aquel que lo llamó a la vida. Puede decir a sus familiares todo lo que Dios hizo por él (Marcos 16:15; Lucas 8:39). No dudemos, ¡tenemos una Buena Noticia que anunciar! La vida que Jesús nos da es vida entre los muertos; ahora él nos llama a vivir “extendiendo a todos la palabra de vida” (Filipenses 2:16, V. M.).

viernes, 26 de julio de 2013

EL GRAN TRONO BLANCO (Léase Apocalipsis 20:11-15)



Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios.
Apocalipsis 20:11-12


¿Cuál es ese gran trono blanco del que habla el Apocalipsis? Es el tribunal de Dios para el juicio final. Allí comparecerán todos los que no aceptaron la gracia de Dios. No faltará ni uno, grande o pequeño. Los que hayan blasfemado contra Dios y negado su existencia estarán allí, en posición de acusados. Estarán allí tanto los grandes, esas personas que hicieron temblar al mundo y recibieron homenajes de multitudes, como pequeños, si rechazaron el Evangelio.
Los grandes son mencionados en primer lugar. Muy a menudo la justicia humana es indulgente o impotente contra ellos. Pero la justicia de Dios juzgará a todos los hombres sin parcialidad y no aceptará ninguna excusa por el mal cometido.
Se abrirán unos libros, pero no libros humanos, sino el registro divino imborrable de todos los actos cometidos por los hombres.
Fácilmente nos imaginamos que nuestras faltas desaparecerán con el tiempo. ¡Desengañémonos, pues ese día todo saldrá a la luz! ¡Nadie podrá protestar por los hechos imputados! No será necesario que un fiscal apoye la acusación. El juicio será inapelable. Cada uno estará ante la realidad de lo que haya hecho. Los que rechazaron a Jesús, el Salvador, se encontrarán ante él como Juez. Ahora aún es tiempo de creer, y decir: «Señor Jesús, tal como soy, sin nada en mí, voy a ti».
El Señor Jesús dijo: “El que oye mi Palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación” (Juan 5:24).


© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

miércoles, 24 de julio de 2013

UN CAMINO Y UNA PUERTA VISIBLE PARA LA FE

Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Mateo 7:13-14

«Los hombres trazan caminos cada vez más visibles. Las autopistas, por ejemplo, llaman nuestra atención mediante obras de arte que atraviesan con audacia todos los obstáculos, por esas poderosas trayectorias a través de campos y bosques. Sin embargo hay senderos que permanecen escondidos, por ejemplo en la montaña. Están tan escondidos que sólo los vemos si caminamos por ellos». P. Zeissig
Jesús también habla de un camino. ¿Qué dice de él? Pocos son los que lo hallan. Sin embargo, es el camino que lleva a la vida. Su entrada es la puerta estrecha. Es estrecha porque para pasar por ella tengo que renunciar a mi egoísmo, a mis pasiones, a mis pretensiones…
Encontrar esta puerta significa poner todo al desnudo bajo la luz divina. Para hacerlo debo ir a Jesús tal como soy, reconociendo que necesito su gracia y su perdón. Entonces mi carga caerá, pues Jesús sufrió el castigo por mi culpa. Su paz reemplaza mis angustias.
Si Jesús es la puerta, también es el camino para el creyente. Su vida descrita en los cuatro evangelios ilumina mis pasos. Dios es amor y luz. La vida de Jesús fue la perfecta transcripción de ello. ¡Ésta es la senda de mi vida!
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo” (Salmo 16:11).


© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

martes, 23 de julio de 2013

DEL MIEDO AL TEMOR DE DIOS



(Adán dijo a Dios:) Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Génesis 3:10


Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado.
Salmo 130:4


El temor del Señor será su tesoro.
Isaías 33:6

A menudo la Biblia menciona el miedo, el pavor, relatos de huidas, gritos de desamparo… Describe estados completamente actuales. Ella nos enseña que el miedo está relacionado, sobre todo, con el hecho de que el hombre no respetó a su Creador. La primera vez que la Biblia habla del miedo es en relación con Adán, cuando éste desobedeció a Dios. Antes de haber escuchado al tentador, Adán no se escondía de Dios. Pero desde entonces, Dios fue espontáneamente visto como alguien que controla a su criatura y como una amenaza para su libertad.
Actualmente algunas personas dicen con facilidad que no tienen miedo de Dios. Se atreven a decirlo porque tratan de alejar de sus pensamientos incluso la idea de Dios. Es como si su conciencia estuviese insensibilizada; no consideran el hecho de que tendrán que comparecer ante Dios. Sin embargo, muchas circunstancias, como por ejemplo la muerte de un ser querido o el presenciar un accidente, hacen que la voz de la conciencia vuelva a resonar y reavivan el miedo a la muerte y al más allá.
El cristiano no tiene miedo de Dios porque lo conoce como su Salvador. Sabe que Dios perdonó todas sus faltas por medio de la muerte de Jesús. El miedo da paso a la paz y a la confianza en ese Dios de amor. Pero consciente de lo que es y de lo que recibió, teme desagradarle y deshonrarle.
“El temor del Señor es manantial de vida” (Proverbios 14:27).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)