De hacer bien y de
la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.
Hebreos 13:16
Considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.
Hebreos 13:7
El profeta Eliseo a menudo se hospedaba en esa
familia acogedora. Dios honró la devoción del ama de casa y le permitió que, en
edad avanzada, diese a luz un hijo. El niño creció, pero cierto día, cuando
estaba en el campo con su padre, sintió un fuerte dolor de cabeza. Rápidamente
fue llevado a su madre y murió en su regazo. Esta mujer sólo tenía un recurso:
el hombre de Dios. A su marido, que no comprendía lo que ella hacía, respondió:
“Paz”. Ella sabía que Dios, quien había dado y tomado, podía volver a dar.
Nadie podía detenerla, ni siquiera Giezi, siervo del profeta, quien le
preguntó: “¿Te va bien a ti?… Bien”, respondió ella. Eliseo quiso responder a
la súplica de esta mujer enviando a su siervo para reanimar al niño, pero la
madre sencillamente dijo: “Vive el Señor, y vive tu alma, que no te dejaré” (2
Reyes 4:30). Ella no contaba con el socorro de ningún otro. Como respuesta a la
ardiente súplica de Eliseo, Dios devolvió la vida al niño. ¡Maravillosa
respuesta a la fe de esta mujer que volvió a encontrar a su hijo resucitado!
Para ella, sólo Eliseo, hombre de Dios, podía conseguir que el niño volviese a vivir. Eliseo, en esta circunstancia, nos hace pensar en el Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12).
“Jesús, el Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Para ella, sólo Eliseo, hombre de Dios, podía conseguir que el niño volviese a vivir. Eliseo, en esta circunstancia, nos hace pensar en el Señor Jesús, único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12).
“Jesús, el Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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