miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA MIRADA DEL SEÑOR JESÚS


Vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

Lucas 22:61

El Señor Jesús había llamado a Simón, un pescador profesional, para que le siguiese, y le había dado un nuevo nombre: Pedro. Durante tres años Pedro experimentó el amor y el poder de Jesús, y aprendió a amarlo. Un día tuvo el discernimiento para decirle: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
Más tarde, cuando Jesús fue detenido y conducido al palacio del sumo sacerdote para ser interrogado, Pedro fue y se sentó en el patio. Allí se atrevió a decir: “No lo conozco” (Lucas 22:57). Tres veces negó a su Maestro. Luego escuchó cantar al gallo, como el Señor se lo había predicho.
Pero el Señor se volvió y miró a su discípulo. Esa mirada llegó a lo más profundo su corazón:
–Ella recordó a Pedro sus palabras presuntuosas y las advertencias del Señor.
–Le mostró que el Señor había oído todas las palabras pronunciadas en el patio del sumo sacerdote. Las imprecaciones que hizo, su juramento mentiroso.
–Le dio a entender que Jesús sabe todo. En efecto, también sabía que Pedro lo amaba a pesar de su triste caída.
–Y al final, la mirada del Señor Jesús le hizo comprender principalmente una cosa: el amor con el que Jesús siempre lo había amado no había cambiado.
El Señor Jesús murió en la cruz por amor a nosotros. Por amor también nos conduce al arrepentimiento cuando hemos dado un mal paso; nos levanta para que podamos restablecer nuestra feliz comunión con él.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

martes, 29 de noviembre de 2016

CONFIAD

Si fueres flojo en el día de trabajo, tu fuerza será reducida.
Proverbios 24:10
(Jesús dijo:) En el mundo tendréis aflicción (sufrimiento); pero confiad, yo he vencido al mundo.
Juan 16:33
 
 
Poco antes de dar su vida en la cruz, el Señor Jesús advirtió a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción”. La aflicción es la opresión, el sufrimiento. En todas las épocas, el camino del creyente ha sido difícil: incomprensión y oposición por parte de un mundo a menudo hostil, pruebas permitidas por Dios... ¡Todo esto ha sido la parte de los creyentes! Los tiempos que vivimos actualmente añaden un nuevo carácter: la Biblia los llama “tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3:1). Son tiempos en los que la conducta de los creyentes casi siempre está en oposición con el pensamiento general subrayado por los medios de comunicación.
Las palabras de ánimo son necesarias hoy más que nunca. Después de haber advertido a sus discípulos, el Señor añadió una palabra de consuelo: “Pero confiad, yo he vencido al mundo”. Aquel que dio su vida para salvarnos, resucitó, y no nos ha dejado solos y sin recursos. Tenemos su Palabra y al Espíritu Santo para consolarnos, animarnos y edificarnos. Leamos la Palabra de Dios. Ella contiene todo lo que necesitamos en todas las circunstancias y en todos los tiempos.
A todos los que aún no tienen el privilegio de conocerla, les recordamos que la Palabra de Dios no está reservada solo para algunos. Ella se dirige a todos los hombres, pues Dios quiere que todos vengan al conocimiento de su amor revelado en Jesucristo.
Jesús, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

sábado, 26 de noviembre de 2016

USTED QUE SUFRE...

El Dios de toda gracia... después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.
1 Pedro 5:10
 
 
Cada día los medios de comunicación nos informan sobre malas noticias, guerras, catástrofes naturales, epidemias, etc. Nuestra vida cotidiana está llena, a diferente escala, de preocupaciones de todo tipo, de tristezas más o menos profundas y duraderas. ¿Cómo enfrentarnos a ellas?
¡Abramos la Biblia! Ella es la Palabra de Dios. Palabra única entre todas las palabras del mundo, palabra sabia, viva, profunda, eficaz y soberana. Nadie puede consolar mejor que ella, nadie reconforta mejor en medio de la tristeza, y ninguna amistad reemplazará el amor de Aquel a quien ella presenta: Jesucristo. El que cree en Jesús lo descubre primeramente como Salvador. Entonces sus ojos se abren, y toda la Biblia toma vida ante él y lo interpela.
En cuanto a usted, a pesar de todo aquello por lo que pueda estar pasando, Dios quiere que sea feliz. Sus pensamientos con respecto a usted son pensamientos de paz, y no de mal, para darle el fin que espera (Jeremías 29:11). Incluso si a veces es difícil admitirlo, atrévase a dar el paso de la fe y emprenda con confianza la lectura de la Biblia. Entonces descubrirá al Salvador y al Amigo que necesita.
Si sufre, lea los salmos: en ellos encontrará las experiencias de muchos creyentes en medio de grandes dificultades. Pero lea también, y sobre todo, los evangelios; estos nos muestran a Jesús, quien vino a la tierra para salvarnos. Medítelos durante los momentos sombríos de su vida y guárdelos preciosamente en su corazón, para que le sirvan de consuelo, y así usted pueda ayudar un día a otros que sufren.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

jueves, 24 de noviembre de 2016

LA HOSPITALIDAD

No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.

Hebreos 13:2

Practicando la hospitalidad.

Romanos 12:13

Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.
1 Pedro 4:9


Abraham estaba sentado en su tienda al calor del día. De repente se le aparecieron tres varones. Él se acercó a ellos y los invitó a su casa a tomar algo y a descansar. Después de una conversación con sus invitados, pidió a su esposa Sara que los atendiese diligentemente. Por la forma de hablar de estas personas, Abraham comprendió que dos de ellos eran ángeles y el tercero era Dios mismo.
Quizá la epístola a los Hebreos haga alusión a este pasaje de Génesis 18 para animarnos a ser hospitalarios. Por medio de estos pasajes Dios quiere mostrarnos que él siempre tiene preparada una bendición para los que abren su casa a los demás. Quizá tengamos la costumbre de recibir amigos con los que nos sentimos bien, pero la hospitalidad no consiste solo en recibir a aquellos que nos agradan, pues somos exhortados a ejercerla sin murmuraciones (1 Pedro 4:9). Jesús nos dice que si recibimos a uno de esos pequeños que son sus hermanos, es como si lo recibiésemos a él mismo (Mateo 25:35, 40). Nadie duda que al considerar las cosas desde este punto de vista, nos esforzaremos en recibir sin distinción a todos aquellos a quienes el Señor ama y pone en nuestro camino.
Dios sabe lo que esto cuesta, y no solo en el ámbito material. Conoce el tiempo, el esfuerzo y el cansancio que esto implica para los anfitriones, a fin de que su casa sea acogedora para que los visitantes se sientan bien. Pero las fuerzas y el ánimo que él da siempre serán superiores al esfuerzo que pide.

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lunes, 21 de noviembre de 2016

CADA VEZ MÁS ARRIBA

La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y el Señor solo será exaltado en aquel día. Porque día del Señor de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio... sobre todo enaltecido, y será abatido.
Isaías 2:11-12
 
 
En enero de 2010 Dubái inauguró la torre más grande del mundo: 828 metros de altura, más de 160 pisos útiles, 39.000 toneladas de armazones de acero, 142.000 metros cuadrados de zonas acristaladas...
Desde la antigüedad, la lucha por ser el más grande, el más fuerte, el más alto, es el motor para demostrar ante los demás el poder. Esto nos recuerda la historia de la torre de Babel, relatada en el libro de Génesis. Los hombres habían dicho: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre” (Génesis 11:4). No sabemos cuál es la verdadera motivación de los constructores de hoy, pero podemos preguntarnos si difiere mucho de la de los hombres de antes. La vanidad que gobierna el corazón del hombre lo incita siempre a mostrar ante los demás su superioridad en el medio donde cree que puede sobresalir. Pero su orgullo también le impide tomar su lugar de criatura dependiente de Dios y lo conduce a rebelarse contra él. Entonces recordemos el final de la historia de la torre de Babel: “Allí confundió el Señor el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:9).
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios” (Santiago 4:6-7). Lo que nos llevará a aceptar ese don de la gracia divina, imprescindible para saldar la deuda de nuestros pecados, es someternos a un Dios que nos ama. Dejemos que la humildad y la bondad de Jesús, quien dio su vida para salvar a sus enemigos, llenen todo nuestro ser.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

sábado, 19 de noviembre de 2016

DOS MANERAS DE NACER Y DE MORIR

Tiempo de nacer, y tiempo de morir.

Eclesiastés 3:2

(Jesús dijo:) Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Juan 11:25

Jean de la Bruyère, escritor del siglo 17, decía: «Para el hombre solo existen tres acontecimientos: nacer, vivir y morir». Todo ser humano viene al mundo por medio del nacimiento: es el nacimiento natural.
Pero la Biblia precisa que existe otro nacimiento: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). Esta sorprendente declaración fue hecha por Jesucristo, al principio de su ministerio.
Existen, pues, dos nacimientos muy diferentes. No escogimos venir al mundo; en cambio, nuestro nacimiento en el reino de Dios depende de nosotros. Jesús dice: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Si creemos en él, experimentaremos ese nuevo nacimiento.
También hay dos maneras de morir:
–Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo... Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:12, 24). No creer lo que Cristo dice supone presentarse culpable ante Dios, ante el Juez que sabe todo, para escuchar su condenación: la segunda muerte, el lago de fuego (Apocalipsis 20:13).
–Aquellos que depositaron su confianza en Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y resucitó, son revestidos con su justicia. Ahora no hay “ninguna condenación” para ellos (Romanos 8:1). Si mueren, estos creyentes experimentarán la felicidad de estar eternamente con el Señor en el cielo.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

DOS MANERAS DE NACER Y DE MORIR

Tiempo de nacer, y tiempo de morir.

Eclesiastés 3:2

(Jesús dijo:) Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Juan 11:25

Jean de la Bruyère, escritor del siglo 17, decía: «Para el hombre solo existen tres acontecimientos: nacer, vivir y morir». Todo ser humano viene al mundo por medio del nacimiento: es el nacimiento natural.
Pero la Biblia precisa que existe otro nacimiento: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5-6). Esta sorprendente declaración fue hecha por Jesucristo, al principio de su ministerio.
Existen, pues, dos nacimientos muy diferentes. No escogimos venir al mundo; en cambio, nuestro nacimiento en el reino de Dios depende de nosotros. Jesús dice: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Si creemos en él, experimentaremos ese nuevo nacimiento.
También hay dos maneras de morir:
–Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo... Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:12, 24). No creer lo que Cristo dice supone presentarse culpable ante Dios, ante el Juez que sabe todo, para escuchar su condenación: la segunda muerte, el lago de fuego (Apocalipsis 20:13).
–Aquellos que depositaron su confianza en Jesucristo, quien murió por nuestros pecados y resucitó, son revestidos con su justicia. Ahora no hay “ninguna condenación” para ellos (Romanos 8:1). Si mueren, estos creyentes experimentarán la felicidad de estar eternamente con el Señor en el cielo.

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viernes, 18 de noviembre de 2016

PIEDRAS PRECIOSAS

Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas.
Proverbios 3:13-15
 
 
A veces una tempestad o un terremoto, en sentido figurado, pueden ser necesarios para abrirnos los ojos en cuanto a la verdadera felicidad.
En el verano de 1831, un tornado arrancó de raíz un árbol gigantesco en los montes Urales, en Rusia. La mañana siguiente encontraron unas magníficas piedras verdes bajo sus raíces. Un nuevo yacimiento de esmeraldas acababa de salir a la luz.
Después de un vasto deslizamiento de tierras en la vertiente india del Himalaya, pequeñas piedras azules brillaron bajo la puesta del sol. Eran los zafiros de Cachemira.
Quizás en su vida también haya una tormenta o sucedió un terremoto. Y usted pregunta: Oh, Dios, ¿por qué me ocurre esto? Tal vez esté pasando por una enfermedad, un duelo, preocupaciones, decepciones o grandes tristezas. Sin embargo, su situación puede llevarle a descubrir el mayor tesoro posible.
Dios quiere abrir los ojos de cada uno de nosotros para mostrarnos la Persona de la que hablan las Santas Escrituras: Jesucristo. Aceptarlo por la fe como nuestro Salvador, conocer “las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8), es la mayor felicidad que podemos tener.
“Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata” (Salmo 119:71-72).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)