lunes, 21 de noviembre de 2016

CADA VEZ MÁS ARRIBA

La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y el Señor solo será exaltado en aquel día. Porque día del Señor de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio... sobre todo enaltecido, y será abatido.
Isaías 2:11-12
 
 
En enero de 2010 Dubái inauguró la torre más grande del mundo: 828 metros de altura, más de 160 pisos útiles, 39.000 toneladas de armazones de acero, 142.000 metros cuadrados de zonas acristaladas...
Desde la antigüedad, la lucha por ser el más grande, el más fuerte, el más alto, es el motor para demostrar ante los demás el poder. Esto nos recuerda la historia de la torre de Babel, relatada en el libro de Génesis. Los hombres habían dicho: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre” (Génesis 11:4). No sabemos cuál es la verdadera motivación de los constructores de hoy, pero podemos preguntarnos si difiere mucho de la de los hombres de antes. La vanidad que gobierna el corazón del hombre lo incita siempre a mostrar ante los demás su superioridad en el medio donde cree que puede sobresalir. Pero su orgullo también le impide tomar su lugar de criatura dependiente de Dios y lo conduce a rebelarse contra él. Entonces recordemos el final de la historia de la torre de Babel: “Allí confundió el Señor el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:9).
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios” (Santiago 4:6-7). Lo que nos llevará a aceptar ese don de la gracia divina, imprescindible para saldar la deuda de nuestros pecados, es someternos a un Dios que nos ama. Dejemos que la humildad y la bondad de Jesús, quien dio su vida para salvar a sus enemigos, llenen todo nuestro ser.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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