Enséñame tú lo que yo no veo.
Job 34:32
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio.
Salmo 51:10
«Cuando era niño vi cómo mis padres se agredían
verbalmente. En la escuela vi cómo mis compañeros se peleaban por un
lápiz. Cuando era joven presencié la violencia de los chicos de la
calle. En el mundo del trabajo observé luchas por el poder, injusticias,
promesas incumplidas, mentiras, hipocresía... En el hogar vi engaños,
intolerancia y traiciones. No vi de cerca grandes actos de delincuencia,
tampoco viví la guerra, pero vi imágenes de ella. En todas las esferas
de la sociedad, en la familia, tanto en los contextos ricos como en los
más modestos, vi en qué se convirtió el hombre abandonado a sus
pasiones: orgulloso, pretencioso, mentiroso, infiel, perezoso,
irascible, hipócrita, codicioso...
Luego la Biblia surgió en mi vida y me vi a mí mismo, descubrí lo que hay en mi corazón. ¡Había visto muy bien los errores de los demás, pero no los míos! La Biblia me mostró primeramente a Dios el creador. Luego me mostró a Jesús, el hombre perfecto, el Hijo de Dios. Me habló del pecado. Era un espejo en el que me vi por primera vez como un hombre desfigurado debido a las numerosas y profundas marcas del pecado. La Biblia me mostró claramente mi fealdad interior, me mostró que era incapaz de mejorarme por mí mismo. Entonces se me presentó como el único y último remedio».
“Todo
hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;
porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual,
desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con
mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”
(Santiago 1:19-21).
Luego la Biblia surgió en mi vida y me vi a mí mismo, descubrí lo que hay en mi corazón. ¡Había visto muy bien los errores de los demás, pero no los míos! La Biblia me mostró primeramente a Dios el creador. Luego me mostró a Jesús, el hombre perfecto, el Hijo de Dios. Me habló del pecado. Era un espejo en el que me vi por primera vez como un hombre desfigurado debido a las numerosas y profundas marcas del pecado. La Biblia me mostró claramente mi fealdad interior, me mostró que era incapaz de mejorarme por mí mismo. Entonces se me presentó como el único y último remedio».
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