miércoles, 14 de enero de 2009

DIOS NO SE OLVIDO DE NOSOTROS

Por Mario Bertolini
No podemos ocultar que estamos pasando por uno de los peores momentos en la historia de nuestra vida humana. Desde el ataque terrorista a las torres de New York, la caída de los mercados financieros de Wall Street, el derrumbe económico de países latinoamericanos como: Brasil, Venezuela, Argentina y Uruguay. Las luchas fratricidas de Colombia. El cerro que se desbarrancó a causa de las intensas lluvias, arrastrando cientos de vidas y viviendas en Venezuela. El terrible incendio del supermercado que costó cientos de vidas de paraguayos. Todos son desastres que han provocan sufrimiento, desánimo, desesperanza, incertidumbre y grandes pérdidas, tanto de vidas humanas como de bienes materiales. Y en medio de esta crisis global estamos nosotros: los hijos y las hijas de Dios, muchas veces zarandeados por estos terribles problemas. Pero en medio de tantas malas noticias, hoy quiero comunicarle una buena noticia de parte del Señor, y es que: Dios no nos ha abandonado, Él sabe con toda exactitud el lugar donde nos encontramos, y por la situación que estamos atravesando ahora mismo. Esto garantiza que está atento a cada paso que damos en nuestro andar cristiano. Él ha prometido ser nuestro escudo y nuestra fortaleza, y guardarnos de todo mal. Y a nosotros hoy, nos queda creerlo, para poder experimentarlo.
Sin embargo, hay algo que nunca debemos olvidar, me refiero a la triste experiencia de los israelitas cuando, una y otra vez, dudaron y dejaron de confiar del cuidado cotidiano de Dios para sus vidas. Pese a que el Señor les enviaba profetas para recordarle que las maravillosas promesas que Él les había dado, estaban disponibles para que ellos las alcanzaran. Sin embargo, los israelitas seguían en tinieblas, sólo cuando las crisis se tornaban insoportables, gemían y clamaban a Dios, pidiéndole liberación y consuelo. Y Dios en su misericordia, se acercaba cada vez a ellos y les exhortaba y alentaba diciendo: “Yo, yo soy vuestro Consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre?…Ya te has olvidado del Señor Tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra; y todo el día temiste continuamente del furor del que aflige, cuando se disponía a destruir”. Isaías 51:12,13. ¿Le suena familiar esto? Cuántas veces nosotros también nos olvidamos del Señor Nuestro Hacedor. Hoy usted y yo somos hijos e hijas del mismo Dios Santo y Todopoderoso, y poseedores de las gloriosas promesas de consuelo del Espíritu Santo. Pero a pesar de ello, ¡cuántas veces nos dejamos llevar por el temor frente a la adversidad que nos toca enfrentar!
Dios nos prometió en Su palabra: Dirección hacia la victoria, Paz en nuestros corazones, Refugio en medio la tempestad, un Camino libre de obstáculos, Satisfacción a todas nuestras necesidades, y Sanidad a todas nuestras dolencias. ¿Puede creer hoy que todo esto es para usted? O, ¿está dejando de lado estas promesas, y vive agobiado como si no tuviera Dios ni ninguna esperanza? Si es así, las cosas empeorarán, porque significa que estará tomando el problema en sus manos, lo que produce un incremento de los problemas, como sucedió con los israelitas. Porque debido al temor vienen las dudas y la desconfianza en Dios, y como resultado las adversidades aumentarán en lugar de decrecer. Entonces, esto hace que el que está agobiado, se sienta abandonado y deprimido; y propenso a ceder fácilmente a las tentaciones, otros caen en los deseos de la carne como un escapismo, buscando un alivio temporal. De esa manera se cometen errores que paralizan y esclavizan espiritualmente al acongojado. Es como si el creyente tomara la decisión de olvidar todo lo que Dios nos ha prometido, y también olvida que Él, sigue siendo un Dios Todopoderoso, y de que todo lo que existe, fue creado y formado por Él. Es bueno preguntarnos: ¿Por qué puede ocurrirnos esto, si somos sus hijos? La respuesta es que cuando empezamos a pensar todo el tiempo en los problemas que nos acosan, dejamos que los temores, las dudas, las incertidumbres, nos dominen, impidiendo que veamos en medio de ellos el poder y la gloria de Dios. Nos asustamos de tal manera, que creemos que todo está perdido y así perdemos toda bendición de Dios. La mente se nubla de tal manera que nos olvidamos que Dios prometió sostenernos en la palma de su mano. Dios jamás se olvida de nosotros, dice Isaías 49:15,16: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros.”
En momentos de crisis hay creyentes que llegan a dudar de que Dios pueda contestar sus oraciones. Otras veces creen que la respuesta que reciben de Dios es equivocada, porque es contraria a la petición que hicieron. Y entonces el creyente dice: “Esto no puede ser de Dios”. ¿Por qué un creyente puede decir esto? Porque seguramente tiene un concepto equivocado de quién es Dios, y esto lo lleva a expresar: “Dios no actúa así”. Este es el problema, cuando queremos que Dios se adapte a nosotros. El Señor nunca quiere actuar para nosotros, sino en nosotros, tratando de deshacer nuestras propias opiniones, nuestros argumentos, nuestro propio yo, para rehacernos y convertirnos en vasos de Su gloria. El problema principal aquí es, que cuando estamos atravesando una crisis, nos avocamos tanto a orar y pedir que Dios cambie nuestra situación, que no le permitimos a Dios que nos cambie a nosotros.
La fe que nos dio el Señor y la oración, no son instrumentos para conseguir “cosas” de Dios. Jesús nos dijo: “Llamad y se os abrirá”. Pero; ¿A qué puertas debemos llamar? ¿A Las puertas de Dios? Definitivamente no, porque ellas ya han sido abiertas para cada uno de nosotros. Debemos golpear las puertas que nos impiden alcanzar las bendiciones de Dios. Debemos primeramente derribar las puertas de nuestro yo. La fe y la oración, son para que nos convirtamos en “dadores de Dios”, para darle a Dios todas las cosas con que podamos complacerlo. Quiero preguntarle algo: Cuando usted ora a Dios, ¿desea recibir la promesa de quien nos promete, o, desea recibir a la Persona que nos promete? De eso dependerá de que recibamos nuestras propias peticiones, o, que recibamos todo lo que Dios quiere realmente otorgarnos.
Quiero aclarar algo importante, yo personalmente creo que todas las promesas que Dios ha puesto en la Biblia ¡son mías! Y que a través de ellas recibiré lo que Dios me ha prometido. Pues Él quiere que seamos prosperados en todas las cosas, que tengamos salud, y que gocemos de total libertad, para vivir una vida plena en Cristo Jesús. Sin embargo, esto depende de una sola cosa: Debo creer siempre, y no de vez en cuando. Querido creyente, si usted está padeciendo, sufriendo, tiene dudas, temores, sepa que tenemos un Dios que está dispuesto a darnos todas las cosas que nos “ayuden a bien”. Sobre todo, Él responderá todas las oraciones que nos ayuden a ser más semejantes a Jesús.¡
Dios no se ha olvidado de usted ni de mí! Él no nos ha olvidado, ni nunca nos olvidará. Ahora mismo el Señor está anhelando que todos creamos que sigue haciendo que todas las circunstancias de la vida nos ayuden a bien. ¿Lo puede creer? Le invito a que diga esto en alta voz: YO SÉ QUE DIOS ESTÁ HACIENDO TODAS LAS COSAS PARA MI BIEN. Si ahora lo cree de verdad, deje de preocuparse, Él ha tomado su vida, y la tiene en la palma de su mano. No dude más, porque la respuesta a su aflicción, ya está en camino, Dios no ha cerrado sus oídos, ni nunca los cerrará para sus hijos e hijas. Todos recibiremos su bendita respuesta. Pero hay una condición: si no aflojamos, si no desfallecemos, si no abandonamos. Si usted ha dejado de lado toda duda y temor de su corazón, entonces levante sus manos al cielo, y declare: ESTOY LISTO PARA RECIBIR TU BENDITA RESPUESTA, MI SEÑOR. PERO, SEA HECHA TU VOLUNTAD Y NO LA MÍA. ¡AMÉN Y AMÉN!

1 comentario:

Unknown dijo...

Este artículo de Mario Bertolini ha sido de gran bendición para mi vida, pues fueron de los primeros que llegaron a mis manos cuando acepté a Cristo Jesús como el Señor de mi vida.