viernes, 3 de junio de 2011

SED DE SALVACION-SALMO 63

Jesús… alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

Juan 7:37



El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás.

Juan 4:14



El que tiene sed, venga.

Apocalipsis 22:17

Bienaventurado el creyente que, al despertar, puede exclamar como David: “Dios, Dios mío eres tú” (v. 1). No sabe lo que le traerá ese nuevo día, pero conoce a Dios y sabe que velará por él. Lo conoce de forma más íntima que David, pues recibió una promesa de Jesús, quien dio Su vida para salvar su alma, y quien, después de su resurrección, pudo decir a María Magdalena: “Vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).
Pero David continúa diciendo: “De madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti” (v. 1). Quizá dudemos en apropiarnos de tales palabras. Por la mañana, antes de pensar en cualquier otra cosa, ¿Nos dirigimos a Dios para darle las gracias y pedirle su ayuda? David estaba en el desierto de Judá, una tierra árida y sin agua. No pidió un oasis refrescante con fuentes y palmeras, pues lo que tenía era sed de Dios. Necesitaba a Dios, al Dios fuerte, al Dios de amor, al Dios glorioso. Entonces no solamente satisfizo su sed, sino que su alma también fue saciada. El desierto no había cambiado, sin embargo pudo cantar: “Has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré” (v. 7). El día puede empezar y, a pesar de las preocupaciones que traiga, el redimido sigue a su Señor, sostenido por su poderoso brazo.


© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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