Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de
vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa
de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.
1 Pedro
1:18-19
Un responsable de marketing
mandó colocar cámaras en las secciones de una cadena de supermercados. Su objetivo es observar y analizar el
comportamiento de los clientes con el fin de incitarlos a comprar lo máximo
posible. Las estrategias de venta son
cada vez más sofisticadas. Los productos
están colocados en un orden preciso teniendo en cuenta la psicología de los
consumidores. La exposición de los
mismos está minuciosamente estudiada. Lo
que importa es que el cliente ceda, que llene su carro al máximo. Las palabras «gratis», «promoción», «rebaja»
están por todas partes. Todo el mundo
proclama que el cliente tiene libertad para escoger, sin embargo éste es
observado, orientado, hasta que llega a la caja.
Y en nuestra vida, ¿a menudo no sucede lo mismo? El mundo es como un inmenso supermercado. Su oferta responde a todas nuestras codicias. Nos creemos libres, pero si esta libertad se reduce a satisfacer nuestros deseos o pasiones, arruinamos nuestra vida.
Hay muchas maneras de perder la vida, pero sólo hay una que puede salvarla. Esta manera es ofrecida gratuitamente por Dios. El don de Dios es su Hijo unigénito.
Desde ahora Jesucristo nos libera de la futilidad del mundo y de nuestros malos deseos; y para el futuro nos asegura el cielo y la presencia divina. El don de Dios es gratuito para aquel que lo acepta, pero para Dios fue de un valor infinito. ¡No lo despreciemos!
Y en nuestra vida, ¿a menudo no sucede lo mismo? El mundo es como un inmenso supermercado. Su oferta responde a todas nuestras codicias. Nos creemos libres, pero si esta libertad se reduce a satisfacer nuestros deseos o pasiones, arruinamos nuestra vida.
Hay muchas maneras de perder la vida, pero sólo hay una que puede salvarla. Esta manera es ofrecida gratuitamente por Dios. El don de Dios es su Hijo unigénito.
Desde ahora Jesucristo nos libera de la futilidad del mundo y de nuestros malos deseos; y para el futuro nos asegura el cielo y la presencia divina. El don de Dios es gratuito para aquel que lo acepta, pero para Dios fue de un valor infinito. ¡No lo despreciemos!
© Editorial La Buena
Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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