viernes, 10 de febrero de 2012

LA FELICIDAD

Bienaventurado el varón que… en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae.

Salmos 1:1-3

¿Quién es ese hombre bienaventurado de quien habla el Salmo 1? ¿Es acaso el que tiene mucho dinero, o muchos amigos, o quien ocupa una alta posición en la sociedad? ¡No! Un hombre feliz es primero aquel que no se deja seducir por la mentalidad de los que ignoran o desprecian a Dios. “No anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado” (v. 1). Existe como una progresión en el mal: primero uno entra en el mal camino, luego continúa en él y por último se acostumbra a seguir por él. Pero, ¡bienaventurado el hombre que prefiere quedarse solo antes que unirse a quienes están en contra de Dios y se burlan de él!
Su felicidad no consiste solamente en evitar lo que no agrada a Dios, sino en mantener una comunión real con él, pues la felicidad del hombre está en relación con lo que ama, en lo que piensa. Medita en la Palabra de Dios día y noche. Hace de ella su alimento, porque es la que lo pone en relación con Dios, quien desea compartir su felicidad con el hombre.
Entonces, todo creyente puede hacerse dos preguntas: ¿Leo y medito diariamente la Palabra de Dios, fuente de la verdadera vida? O bien, ¿es ella para mí algo externo y alejado? Y luego, ¿qué frutos produce ella en mi vida en cuanto al amor, al perdón, la bondad y la pureza? ¡Un árbol plantado junto a las aguas siempre está verde y “da su fruto en su tiempo”!
(v. 3).


© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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