El hombre de mi paz… el que de mi pan comía, alzó contra
mí el calcañar.
Salmos 41:9
Vendieron por dinero al justo.
Amós 2:6
La historia de Judas es solemne. Escogido
por el Señor como discípulo, había sido testigo del poder y del amor de Jesús
durante tres años. Había visto todos los
milagros que Jesús hacía y oído las “palabras de gracia que salían de su boca”
(Lucas 4:22). Jesús incluso lo había tomado como tesorero del grupo de los discípulos, pero Judas había permanecido sordo a todas esas manifestaciones de amor. Era “ladrón”, y se indignó a causa del gesto de María, quien derramó sobre Jesús un perfume de gran precio (Juan 12:5-6). Su codicia también lo llevó a proponer a los sacerdotes entregarles a su Maestro por treinta monedas de plata (Mateo 26:15-16).
En la última comida juntos, durante la cena pascual, Jesús todavía hizo una advertencia a su discípulo: con un gesto cariñoso le dio un bocado de la comida (Juan 13:26), pero nada detuvo al traidor. Algunas horas más tarde, ya de noche, en Getsemaní, entregó a su Maestro mediante un beso, después de haber dicho a los soldados: “Al que yo besare, ése es; prendedle… Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?” (Mateo 26:48-50). El corazón de Judas permaneció frío hasta que, midiendo el inmenso pecado que acababa de cometer, lleno de remordimientos, dio a los sacerdotes “el salario de su iniquidad” (Mateo 27:3-5; Hechos 1:18) y luego se ahorcó.
¿Hay alguien que haya estado en contacto con Jesús, y que siga atado por su pecado? Todavía es tiempo para que clame a Jesús a fin de ser liberado.
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