martes, 12 de julio de 2011

AUNQUE ANDE EN VALLE DE SOMBRA, NO TEMERE

por Fernando Alexis Jiménez

Una de las escenas más interesantes que conservo de mi niñez, ocurrió el día en que mi padre me llevó al taller de Manuelito Ayala, el único herrero que por años tuvo mi pueblo, y con una mezcla de curiosidad y fascinación, lo vi transformar –en cuestión de minutos y con la pericia de un artesano-- una barra de hierro en una herradura.

Llevó el metal a una caldera, lo sostuvo allí hasta que se tornó muy rojo, y a golpes de martillo sobre el yunque, le fue dando forma. Le dio vueltas con la ayuda de unas tenazas enormes, y como no estaba conforme, volvió al fuego, luego a los golpes de martillo hasta que por fin—tras comprobar que tenía la dimensión apropiada—la arrojó en un rincón en donde se apilaban otras herraduras.

Mientras contaba una y otra historias, todas inverosímiles y concebidas por la creatividad de un escritor frustrado, nos iba explicando la importancia que tenía procesar el hierro para que, a la temperatura adecuada, pudiera forjarse. De lo contrario cedería, echando a perder el trabajo. “Toma tiempo, pero con paciencia, se logra”, nos dijo.

Esa imagen vino una y otra vez a mi memoria durante los interminables días que mi hijo ha pasado en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Nuestra Señora de los Remedios, en Santiago de Cali, librando una heroica batalla por la vida, mientras que nosotros permanecíamos en vilo aguardando cada nuevo parte médico, cada uno más abrumador que el anterior, y que nos daba pocas probabilidades de que siguiera con vida.

Dios obró un milagro. Salvó su vida. Escuchó sus oraciones y las nuestras. Fernando permanece en cuidados intensivos y aunque los especialistas nos han pedido que no cantemos victoria porque su estado de salud sigue siendo muy delicado, mi esposa, mis hijos y yo sentimos que ya el peligro pasó y que las cuatro operaciones, y las sucesivas intervenciones quirúrgicas que le han practicado en los últimos días, evidencian que marcha en proceso de recuperación.

Y decía que recordaba al herrero de mi pueblo, porque al igual que esa barra de hierro que se forja a martillazos, nuestras vidas han sido sometidas a una prueba que nos ha hecho aprender varias lecciones que comparto con ustedes y con aquellos que han sentido duros golpes en su existencia.

1.- Dios siempre está con nosotros

Nunca antes quise pensar que se trataba de una pesadilla de la que iba a despertar en cualquier momento, como en el instante en que uno de los especialistas nos pidió no alentar muchas esperanzas ya que las probabilidades de vivir eran mínimas. “Si sobrevive en las próximas horas, podremos intervenirlo nuevamente mañana. Hoy tuvimos que suspender la operación porque sentíamos que lo perdíamos”, nos explicó.

A partir de entonces, tomó fuerza la esperanza de que el Señor iba a obrar milagrosamente y no nos dejaría solos, tal como lo describe el autor sagrado: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4). Si bien es cierto he visto otras maravillas de Dios operando en mi propio ser y en el de muchas personas, por momentos nos asaltaban las dudas, pero apenas nos sobreponíamos al escepticismo fruto de la angustia, recordábamos la promesa de Dios: “Busqué al Señor, y él me oyó y me libró de todos mis temores. Los que miraron a él fueron alumbrados y sus rostros no fueron avergonzados” (Salmos 34:4,5).

2.- No hay nada imposible para Dios

Comprendo, valoro y respeto la ciencia, y a sus exponentes, los médicos. Considero que hacen un trabajo invaluable. Pero cuando los avances científicos y tecnológicos llegan a sus límites y no se puede hacer nada, es Dios quien se glorifica.

Hay una expresión del Señor Jesús de la que debemos asirnos en los momentos de tribulación. El dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27) ¿Cuándo se aprende la grandeza de estas palabras? Cuando en medio del laberinto la única salida que tenemos está en Aquél que todo lo puede.

3.- Las dificultades nos hacen fuertes

Si la memoria no me falla, fue al escritor brasilero Paulo Coelho que le leí la historia acerca de los diálogos que sostenían un roble inmenso con una plantita que alardeaba de que ya era un roble. “Todavía te falta” le insistía el árbol. “¿Cuánto más, si tengo la naturaleza de un roble?” argumentaba el arbolito. Esa conversación se repetía por mucho tiempo, y el mayor repetía: “Todavía te falta”. Un día cualquiera, una tormenta azotó el bosque y el arbolito se mecía de un lugar a otro, afincado en sus raíces aunque la fuerza del viento amenazaba con derribarlo. Cuando pasó todo, el árbol grande lo miró y le dijo sonriendo: “Ahora sí, ya eres un roble”. Y la plantita entendió porqué.

Es muy fácil orar por otras personas, acercarse a ellas con una sonrisa de confianza y decirles: “No te desesperes, ten fe, todo va a salir bien”. ¡Pero qué difícil cuando las dificultades golpean a nuestra puerta y es a un hijo al que corremos el peligro de perder!

En momentos así se pierden hasta los deseos de orar. Unas veces clamábamos fervientemente, otras, simplemente callábamos y en muchas ocasiones, llegué incluso a pensar que Dios no me escuchaba. Le decía: “Señor, he orado por otras personas y has respondido con poder, ahora que se trata de mi hijo ¿Por qué tardas en atender mi clamor?” Sé que Dios lo entendió. Él más que nadie puede comprender la desesperación de un padre.

A esas pruebas que nos hacen fuertes es a las que se refiere el apóstol Pablo cuando escribió: “... nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no nos defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).

Es en medio de las dificultades donde se afianza nuestra fe en Dios y la fortaleza para sobreponernos a los problemas.

Quizá usted o alguien cercano está atravesando por una crisis enorme. Queremos compartirle una voz de aliento y decirle que, así sienta desfallecer, no puede ni debe renunciar. Es necesario permanecer firmes, en la certeza de que los ganadores no son aquellos que emprenden la carrera con fuerza y renuncian en la mitad de la competencia, sino quienes llegan a la meta así sean los últimos.

4.- Dios nos fortalece a través de los amigos

Jamás como ahora he descubierto cuántos amigos tengo. Personas sinceras, que nos han testimoniado su apoyo y han materializado el principio bíblico: “En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17)

Las voces de apoyo han llegado desde todas partes, no sólo desde Santiago de Cali, sino también de otros países, donde hay amigos y hermanos en la fe. El teléfono no para de sonar, incluso en la noche y la madrugada. Nos dicen frases de aliento, de ánimo. Decenas de personas nos han acompañado a orar. Han sido solidarios con nosotros en estos momentos difíciles y, mi esposa, mis hijos y yo, queremos expresarles nuestra sincera gratitud. ¡Mil y mil gracias!

Hoy vemos que marchamos adelante con la salud de nuestro hijo. Pero agradecemos que en este proceso de recuperación, nos sigan acompañando—por favor—a interceder. Este golpe nos ha ayudado a crecer y compartimos una voz de aliento a quienes atraviesan por una situación similar: adelante... Dios es fiel y no nos dejará solos.

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