jueves, 6 de diciembre de 2012

ESCUCHAR Y TESTIFICAR



(Dios declaró acerca de su Hijo:) Este es mi Hijo amado; a él oíd.
Marcos 9:7


(Jesús dijo a sus discípulos:) Me seréis testigos.
Hechos 1:8

En casa, para saber la hora, sólo teníamos un viejo reloj en la cocina.  Cada semana era necesario actualizarlo y subir los contrapesos.  Para ello mi madre me enviaba a preguntar la hora a nuestros vecinos que vivían en una granja a unos cien metros.  Recuerdo el orgullo que sentía al volver a casa y poder decir la hora sin equivocarme… incluso si ésta cambiaba cada segundo.  ¡Para no olvidarme de ella la repetía en voz alta durante todo el camino!
Esta simple alegría infantil puede evocar la del creyente, quien conoce la buena nueva de la salvación mediante la fe en Jesucristo y se da prisa para darla a conocer a los demás.  Ésta, ¿no es acaso la misión confiada a cada creyente? Los discípulos del Señor fueron enviados al mundo para ser sus testigos y hablar de él.  Pero sólo pudieron hacerlo después de haberlo escuchado y seguido.
Si usted halló en Jesús el verdadero tesoro de la vida eterna, ¡no lo guarde para sí mismo! “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15).
Amigos creyentes, todo lo que hagamos, por modesto que sea, todo lo que podamos hacer para nuestro Maestro, tiene su origen en lo que recibimos de él, en ese amor que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).  Sólo
podemos dar lo que hemos recibido.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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