martes, 4 de diciembre de 2012

UN TESORO EN POMPEYA



Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira del Señor.
Sofonías 1:18


Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos.
Santiago 5:2-3

Al excavar en las ruinas de Pompeya, ciudad de Italia que quedó sepultada bajo las cenizas del Vesubio en el año 79, se encontró el cuerpo de una mujer que tenía las dos manos llenas de joyas: pulseras, collares, anillos y un par de pendientes.  Los expertos aseguran que estas joyas son notables muestras de la orfebrería de aquella época.
Podemos imaginarnos a esa mujer, al ver acercarse el peligro, correr para salvar lo más precioso que tenía, y luego quedar asfixiada antes de ser recubierta por una lluvia de cenizas.  ¡Cuán impresionante es aún hoy, diecinueve siglos después de la catástrofe, ver un tesoro casi intacto al lado de un cuerpo sin vida!
Hoy igualmente, parece que millones de personas tienen como único objetivo la preservación de sus bienes terrenales.  Hasta el último respiro se aferran a lo que poseen.  Los bienes quedarán, pero las personas pasarán.  Su cuerpo será enterrado, y su alma, ¿dónde estará?
Un día no muy lejano una catástrofe mucho más terrible vendrá sobre el mundo entero.  El Cristo rechazado aparecerá como vencedor para ejecutar los juicios anunciados.  Aquellos que hayan amontonado riquezas y hayan vivido sin Cristo serán despojados de todo, para siempre, y serán reservados para las tinieblas eternas.
Sólo Jesucristo puede darnos la verdadera riqueza, la cual podemos llevar con nosotros más allá de la muerte.  ¡Es la vida eterna!

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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