Mis enemigos están
vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborrecen sin causa. Los que
pagan mal por bien me son contrarios, por seguir yo lo bueno. No me desampares,
oh Señor; Dios mío, no te alejes de mí.
Salmos 38:19-21
La cruz levantada sobre el monte Gólgota, donde Jesús fue
crucificado, es el lugar donde se solucionó el problema del bien y del mal, el
punto central de toda la historia moral de la humanidad. Ante la cruz cada uno
es puesto a prueba. Éste es el único acontecimiento del mundo que interroga a
cada persona, sin escapatoria posible. Repasemos brevemente lo que sucedió:
Pilato, gobernador romano, ocupaba la sede de la autoridad civil. Pero en la
sede donde se debería hallar la justicia, condenó injustamente a Aquel que
había reconocido como “justo” (Mateo 27:24), de quien dijo: “Ningún delito
hallo en este hombre” (Lucas 23:4). Y no hizo nada para impedir que sus
soldados maltratasen a Jesús (Mateo 27:27-31).
Los sacerdotes judíos buscaban falsos testimonios, y la multitud que los rodeaba compartía el mismo sentimiento, elevando sus voces contra el que sólo les había hecho bien.
Los que pasaban por el camino injuriaban a Jesús, dando libre curso a su odio injustificado. Y los discípulos, que habían estado tan cerca del Señor y de sus privilegios, abandonaron a su Señor en el momento del peligro, aunque él había pedido a algunos de ellos que velasen con él. Por último Judas, uno de los doce discípulos, después de haber traicionado a su Maestro, se sumió en la desesperación y se suicidó al ver las consecuencias de su acto.
Pero la grandeza de Jesús y su amor brillaron en esos momentos terribles. En la cruz oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Los sacerdotes judíos buscaban falsos testimonios, y la multitud que los rodeaba compartía el mismo sentimiento, elevando sus voces contra el que sólo les había hecho bien.
Los que pasaban por el camino injuriaban a Jesús, dando libre curso a su odio injustificado. Y los discípulos, que habían estado tan cerca del Señor y de sus privilegios, abandonaron a su Señor en el momento del peligro, aunque él había pedido a algunos de ellos que velasen con él. Por último Judas, uno de los doce discípulos, después de haber traicionado a su Maestro, se sumió en la desesperación y se suicidó al ver las consecuencias de su acto.
Pero la grandeza de Jesús y su amor brillaron en esos momentos terribles. En la cruz oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
© Editorial La Buena Semilla, 1166
PERROY (Suiza)
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