lunes, 30 de septiembre de 2013

MISION SIN FRONTERAS



Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Romanos 10:12-13

Antes de ascender al cielo, Jesús envió a algunos hombres sin instrucción, sin títulos, sin riquezas y sin armas, más allá de las fronteras de Judea y Galilea, a predicar el amor de Dios. Estos testigos recorrieron las antiguas Grecia y Roma, imbuidas, la primera en la sabiduría de sus filósofos y la segunda en el poder de su ejército. Se enfrentaron a una resistencia salvaje, sufrieron los más infamantes ultrajes, los suplicios más refinados y las torturas más crueles. Se dice que Nerón quemaba a los creyentes, untados con resina, para alumbrar sus jardines, o los lanzaba a las fieras del anfiteatro para divertir a la gente.
Pero esos cristianos no fallaron a su misión a pesar de tantas persecuciones. Gracias a estos fieles testigos, la misericordia triunfó sobre la violencia, y las espadas romanas fueron vencidas al pie de la cruz de Jesucristo cuando el emperador Constantino (edicto de Milán 313 d. C.) dio fin a la persecución contra los cristianos.
La sangre de los mártires fue, como se dijo, la simiente de la Iglesia. Contra viento y marea, el mensaje de amor que proclamaban los testigos de Cristo se difundió por todo el mundo. ¡Es el mensaje más hermoso que los hombres hayan podido escuchar! Oigámoslo una vez más: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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