viernes, 28 de enero de 2011

LA MAS VERGONZOSA PASION: ¡EL FANATISMO RELIGIOSO!

Ps. Diego Arbeláez -

"...Y aún viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios". (Juan 16:2).

El 11 de Septiembre de 2001 las imágenes de televisión nos lanzaron el horror a la cara y de la manera más cruel. Dos aviones comerciales norteamericanos llenos de pasajeros, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del Word Trade Center, centro del comercio de Nueva York, y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, el templo de la seguridad de los Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares. Estos atentados, el mayor ataque terrorista en la historia de la humanidad, además de evidenciar la fragilidad de los sistemas de defensa de los Estados Unidos, revela el poder inmensurable de una pasión humana tan antigua como el hombre mismo: ¡El poder del fanatismo religioso! Esta es otra fuente infernal de sufrimiento humano.

El término "fanático" viene del latín "fanaticus" que quiere decir exaltado, apasionado, intolerante, frenético; esta palabra se origina de los sacerdotes de Belona, Cibeles, y otros, que se entregaban a violentas manifestaciones religiosas. El fanático es intransigente y sectario. Es alguien que manifiesta celo excesivo por una opinión. Un paso más allá del entusiasmo, y se cae en fanatismo; otro paso más, y se llega a la locura. Hay fanatismo religioso, fanatismo político y fanatismo deportivo.

El fanatismo es hijo del falso fervor y de la superstición y padre de la intolerancia y la violencia. El fanatismo es diabólico porque estrangula la verdad y el amor. Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso. Para convencernos de esto sólo hace falta echar una mirada a la época de la inquisición, a los hornos crematorios de Hitler, al caso de Jim Jones el predicador que condujo a cientos de personas al suicidio en la Guyana o al nefasto caso de David Koresh en Waco Texas, otro hecho nocivo que denigra de la dignidad humana y que es altamente vergonzoso para el mundo, un mundo cada día más lleno de deseos de revancha que le puede resultar muy costoso.

El fanatismo es una especie de ceguera mental que ha dado origen a través de la historia a acciones criminales e impías. Y la peor forma de matar, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. José Saramago, escritor portugués, premio Nóbel de literatura, dice: "Durante siglos, la inquisición fue, también, como hoy los Talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso matrimonio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a escoger otra cosa, lo cual a veces es llamado herejía".

Es curioso que, todas las violentas limitaciones de la libertad espiritual, de la libertad de opinión, la inquisición, la censura, la hoguera y el cadalso, no fueron impuestas al mundo por la violencia ciega de los ateos, sino por el fanatismo religioso de severa mirada, ese prisionero de única idea que intenta siempre hostigar el mundo y encerrarlo en su prisión. Bien dicen que el ateo es preferible al fanático; el ateo puede convertirse a Dios, el fanático mata.

Un Noble Florentino, Carlos de Sesse, estando al servicio de Carlos V, se trasladó a Valladolid, se casó con una dama de castilla. Conoció el evangelio, se convirtió al Señor y predicó en aquella ciudad y otras cercanas, pero cayó bajo la inquisición. Durante quince meses estuvo en tétricos calabozos, privado de todo trato humano.

El 8 de octubre de 1559, estando Felipe II en Valladolid, Carlos de Sesse con otros dieciséis cristianos, fue llevado a la hoguera. Al pasar frente al soberano, le dijo: ¿Así permitís que se persiga a vuestros inocentes súbditos? Y aquel fanático y cruel monarca le contestó: "¡Si mi hijo cayese en el mismo error que vos, yo mismo llevaría la leña para quemarle!"

El fanático es cruel hasta consigo mismo, y está dispuesto a matar, a despreciar, separar, destruir. El amor hace todo lo contrario. Saulo de Tarso mataba por fanatismo, Esteban muere perdonando por amor.

El fanatismo alienta la extrañamente llamada violencia santa al fomentar malquerencias, al difundir prevención y desconfianza entre unos y otros y al perpetrar crímenes tan horrendos como los ya mencionados. El fanatismo, que es una mezcla de estrechez de miras y energía altamente explosiva, está separando innecesariamente a personas que tienen los mismos ideales de fondo y que adoran y rinden culto al mismo Dios. ¡Qué horror!

Cuidémonos del fanatismo. La vida cristiana es una vida normal, apartada del pecado sí, pero no sometida a caprichos e imaginaciones humanas. El camino del fanatismo es peligrosísimo ya lo ha demostrado la historia. Los hombres en su atrevimiento, y borrachos de orgullo, le dan a sus tradiciones y caprichos el mismo valor de la Palabra de Dios, pero es muy distinto lo que Dios dice de lo que ellos se inventan.

"El fanatismo es una cerca de púas a la inteligencia y la libertad"

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