miércoles, 28 de agosto de 2013

ESTAR CONTENTOS CON LO QUE DIOS NOS DA



Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.
Salmo 103:2


Dad gracias en todo.
1 Tesalonicenses 5:18

Sucedió en el año 2007, en un pueblo de la sabana africana. Un misionero acababa de colocar un panel solar sobre el techo de una choza. Pasó la tarde y llegó la noche. En el interior, toda la familia estaba reunida alrededor de los visitantes para presenciar ese milagro: ¡una simple bombilla colocada al final del cable iluminó toda la habitación! Entonces el padre de familia se levantó y oró: «¡Gracias, Padre celestial, por habernos dado esta luz! Y, por favor, no permitas que nos enorgullezcamos porque somos los únicos del pueblo que tenemos electricidad».
Yo, que les cuento esta historia que la oí al misionero que la vivió, la semana pasada tuve un corte de teléfono que duró tres días. ¡Cero comunicaciones! Estuve muy turbado, y cuando se restableció la línea, no recuerdo haber dado gracias.
Volviendo a pensar en mis hermanos africanos, si comparo mi situación con la suya, esto me interpela. Estoy tan acostumbrado a todas esas ventajas materiales, que la mínima incomodidad toma proporciones desmedidas. Eso significa que ya no aprecio la bondad de Dios con el valor que merece. Me interesa mi bienestar y con ello corro el riesgo de olvidar a Quien me lo concede.
Señor, guárdame de ser indiferente a tus bondades diarias, y enséñame a “contentarme, cualquiera que sea mi situación”. Pablo sigue diciendo: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13)

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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