sábado, 23 de noviembre de 2013

DEL PESEBRE A LA CRUZ



Con palabras de odio me han rodeado, y pelearon contra mí sin causa. En pago de mi amor me han sido adversarios; mas yo oraba. Me devuelven mal por bien, y odio por amor.
Salmos 109:3-5

El apóstol Pedro, discípulo de Jesús y testigo de toda la carrera de su Maestro, declaró: Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Puede sorprendernos la manera en que Jesús fue recibido cuando nació. Su madre “lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7). Cuando se presentó en la sinagoga de Nazaret, el pueblo de su infancia, como enviado de Dios para liberar a los cautivos y curar a los enfermos, quienes lo escucharon se levantaron contra él para echarlo de la ciudad y matarlo (Lucas 4:28-30). Cuando curó a un inválido, los que lo vieron se llenaron de ira (cap. 6:11). Cuando habló de resucitar a la hija de Jairo, los judíos se burlaron de él (cap. 8:53). Cuando liberó a un hombre del poder de los demonios, algunos dijeron: “Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios” (cap. 11:15). Cuando perdonaba pecados, lo acusaban de blasfemia (cap. 5:21).
700 años antes de que Jesús viniese a la tierra, el profeta Isaías había anunciado que Jesús sería “despreciado y desechado entre los hombres… no lo estimamos” (Isaías 53:3).
Sin embargo, a pesar de toda la maldad de los hombres, Dios quería salvarlos. Él dijo: “¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto… Y le echaron fuera de la viña, y le mataron” (Lucas 20:13-15). ¿Agotarían el amor de Dios? Todo lo contrario; en la cruz este amor se mostraría plenamente a favor de todos los que creyeran en él.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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