Con palabras de odio
me han rodeado, y pelearon contra mí sin causa. En pago de mi amor me han sido
adversarios; mas yo oraba. Me devuelven mal por bien, y odio por amor.
Salmos 109:3-5
El apóstol Pedro, discípulo de Jesús y testigo de toda la carrera
de su Maestro, declaró: Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Puede sorprendernos la manera en que Jesús fue recibido cuando nació. Su madre “lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7). Cuando se presentó en la sinagoga de Nazaret, el pueblo de su infancia, como enviado de Dios para liberar a los cautivos y curar a los enfermos, quienes lo escucharon se levantaron contra él para echarlo de la ciudad y matarlo (Lucas 4:28-30). Cuando curó a un inválido, los que lo vieron se llenaron de ira (cap. 6:11). Cuando habló de resucitar a la hija de Jairo, los judíos se burlaron de él (cap. 8:53). Cuando liberó a un hombre del poder de los demonios, algunos dijeron: “Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios” (cap. 11:15). Cuando perdonaba pecados, lo acusaban de blasfemia (cap. 5:21).
700 años antes de que Jesús viniese a la tierra, el profeta Isaías había anunciado que Jesús sería “despreciado y desechado entre los hombres… no lo estimamos” (Isaías 53:3).
Sin embargo, a pesar de toda la maldad de los hombres, Dios quería salvarlos. Él dijo: “¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto… Y le echaron fuera de la viña, y le mataron” (Lucas 20:13-15). ¿Agotarían el amor de Dios? Todo lo contrario; en la cruz este amor se mostraría plenamente a favor de todos los que creyeran en él.
Puede sorprendernos la manera en que Jesús fue recibido cuando nació. Su madre “lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7). Cuando se presentó en la sinagoga de Nazaret, el pueblo de su infancia, como enviado de Dios para liberar a los cautivos y curar a los enfermos, quienes lo escucharon se levantaron contra él para echarlo de la ciudad y matarlo (Lucas 4:28-30). Cuando curó a un inválido, los que lo vieron se llenaron de ira (cap. 6:11). Cuando habló de resucitar a la hija de Jairo, los judíos se burlaron de él (cap. 8:53). Cuando liberó a un hombre del poder de los demonios, algunos dijeron: “Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios” (cap. 11:15). Cuando perdonaba pecados, lo acusaban de blasfemia (cap. 5:21).
700 años antes de que Jesús viniese a la tierra, el profeta Isaías había anunciado que Jesús sería “despreciado y desechado entre los hombres… no lo estimamos” (Isaías 53:3).
Sin embargo, a pesar de toda la maldad de los hombres, Dios quería salvarlos. Él dijo: “¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto… Y le echaron fuera de la viña, y le mataron” (Lucas 20:13-15). ¿Agotarían el amor de Dios? Todo lo contrario; en la cruz este amor se mostraría plenamente a favor de todos los que creyeran en él.
© Editorial La Buena Semilla, 1166
PERROY (Suiza)
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