miércoles, 27 de abril de 2011

HERIDO POR NUESTRAS TRANSGRESIONES

Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose… En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén.

Zacarías 12:10-11

Cuando Pilato presentó a Jesús a la multitud en Jerusalén, con la esperanza de soltarlo, ésta gritó: “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (Juan 19:15). Ese pueblo no quería que Jesús reinase sobre él (Lucas 19:14), pero la voluntad del hombre no puede influir en los planes de Dios. “Preciso es que él reine” (1 Corintios 15:25). Cuando Jesucristo venga para establecer su reinado, el pueblo que no lo estimó (Isaías 53:3) tendrá que aceptarlo, humillarse y lamentarse (Zacarías 12:10).
El capítulo 13 de Zacarías evoca este encuentro. Él dirá: “Labrador soy de la tierra” (v. 5). Esta palabra profética se aplica al Señor Jesús, pues él descendió del cielo a una tierra ingrata y contaminada por el pecado. Él «aró» los corazones duros y malos de los hombres, y la mayoría permaneció rebelde. Pero en un tiempo venidero algunos le preguntarán: “¿Qué heridas son éstas en tus manos?” (v. 6). Y Jesús responderá: “Con ellas fui herido en casa de mis amigos”. Es como si les dijese con dulzura: fueron ustedes quienes me las hicieron. Pasé por los sufrimientos de la cruz por amor a ustedes. El que vivió en la pobreza y en la humillación tiene un amor que nada puede enfriar. Entonces ese pueblo reconocerá a su Mesías. Jesús le dirá: “Pueblo mío”, y el pueblo responderá: “El Señor es mi Dios” (Zacarías 13:9).


© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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