sábado, 16 de septiembre de 2017

FE PRÁCTICA

 
Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo... mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste.
2 Samuel 22:3
 
 
¡Cuántas expresiones existen para hablar de Dios: fortaleza mía, mi escudo, mi alto refugio, Salvador mío...! ¿Quién puede hablar así? Todo creyente que ha experimentado la protección de su Señor. Cuando confía en el poder y en el amor de Dios, el miedo desaparece, incluso en las situaciones más difíciles.
La fe no está directamente ligada a un ejercicio religioso, o al hecho de formar parte de una iglesia, o incluso a un estado interior. No, la fe es confiar en Dios con toda sencillez; es creer lo que él dice en la Biblia. ¡Podemos basar nuestra vida en esta confianza!
Pero a veces Dios dice «no» a nuestras peticiones, y entonces, según nuestra medida de fe, reaccionamos con más o menos confianza. Dios permite cosas que nos parecen difíciles, e incluso dolorosas, a fin de formarnos para él, y para que se conviertan en fuente de bendición.
La fe, al aceptar cosas que no siempre comprendemos, produce el deseo de hacer aquello que Dios espera de nosotros. Dejemos que el Espíritu de Dios actúe en nosotros. De este modo nuestra vida será verdaderamente diferente, pues viviremos para Dios y con él.
Los obstáculos aparentes desaparecen a medida que avanzamos viviendo por la fe, dirigidos por Dios y guardados por su poder. El creyente ora a Dios, el Dios vivo: «Confío en ti, dame la fuerza para hacer tu voluntad». ¡Confiemos y obedezcamos a Dios, vale la pena hacerlo!
“Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado... Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad... porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día” (Salmo 25:2, 4-5).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

No hay comentarios: