miércoles, 18 de octubre de 2017

LA ANGUSTIA DEL SEÑOR JESÚS

 
Estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
Lucas 22:44
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?... No te alejes de mí, porque la angustia está cerca... no hay quien ayude.
Salmo 22:1, 11
 
 
Algunas horas antes de morir, el Señor Jesús estaba en el huerto de Getsemaní. Sabía lo que iba a suceder, por ello sintió una angustia muy profunda. Allí, moralmente solo, oró de rodillas a su Padre. A algunos metros de allí, sus discípulos dormían, ajenos a la angustia de su Maestro. “Estando en agonía, oraba más intensamente”.
Su angustia era tan profunda que su sudor era “como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. ¿Qué sucedía? Ante él estaba la obra que llevaría a cabo, los sufrimientos que iba a soportar en la cruz; no solo los sufrimientos físicos, sino aquellos debido al juicio de Dios sobre el pecado. La ira de Dios lo castigaría en nuestro lugar. Entonces Jesús pronunció estas palabras: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa (imagen de todo lo que iba a soportar); pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Como amaba a los hombres y deseaba hacer la voluntad de su Padre, Jesús, que era puro y no tenía pecado, aceptó ser castigado por las faltas de los demás. ¿Quién puede comprender la angustia tan intensa que sintió?
¡Pero qué triunfo! Su perfecto amor le permitió llevar a cabo todos los planes de Dios. Murió en nuestro lugar. En las tres horas de tinieblas, fue castigado por nuestros pecados para que Dios los perdonase. Así cumplió la gran obra por la que lo alabaremos y adoraremos eternamente.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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