sábado, 28 de octubre de 2017

NO FUI YO

 
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
Salmo 32:5
El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.
Proverbios 28:13
 
 
Esta mañana Marta tomó sin mi permiso un hermoso bolígrafo que estaba en mi escritorio. Lo dejó caer y se rompió. Mientras comíamos interrogué a mis hijos uno por uno...
–¿Y tú, Marta?
–No fui yo, respondió ella, como los demás.
Pero su inquietud era evidente. Yo estaba triste, le pedí que se acercara a mí, pero ella se silenció. Los días pasaron y Marta persistió en su silencio. ¡Normalmente ella era muy cariñosa, pero ahora me evitaba! El tiempo me parecía interminable; solo quería perdonarla, ¡y lo único que ella tenía que hacer era reconocer sus hechos en vez de mentir!
Por fin, al cabo de una larga semana, escuché que alguien llamaba tímidamente a mi puerta. Marta entró en la habitación, empezó a llorar, se echó en mis brazos y reconoció su falta. ¡Por fin! ¡Qué felicidad sentí de poder reanudar una buena relación con mi pequeña!
Hijos de Dios, nuestro Padre celestial también espera que le confesemos nuestras faltas. Mientras guardemos en nuestra conciencia un pecado no confesado, nuestra relación con él está interrumpida. Seguimos siendo sus amados hijos, pero la comunión con él fue interrumpida por nuestra falta. Lo único que Dios desea es perdonarnos, pero quiere que esto se haga en la verdad, en la luz. Vayamos, pues, a él, y veremos que su amor no ha cambiado.
“Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones” (Salmo 51:2-3).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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