viernes, 3 de noviembre de 2017

EL HOMBRE QUE SALIÓ DE LA TUMBA

 
Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Juan 11:25-26
 
 Juan 11:1-44
 
 
Lázaro, de Betania, había muerto después de una corta enfermedad. Sus dos hermanas, Marta y María, esperaron en vano la venida de Jesús, a quien habían reconocido como Mesías y le habían enviado un mensaje. Pero Jesús llegó demasiado tarde para curarlo. Lázaro estaba en el sepulcro desde hacía cuatro días.
Cuando llegó a la tumba donde habían depositado el cuerpo, Jesús lloró. Oyó los comentarios de los que lo rodeaban: “¿No podía este, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?”. Sin duda el Señor hubiese podido curar la enfermedad, como lo había hecho tantas veces, pero iba a hacer mucho más.
“Quitad la piedra”, ordenó. Marta le respondió, pensando que era demasiado tarde, que la situación era irreversible. Entonces Jesús alzó los ojos al cielo y dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído”. Podemos adivinar la sorpresa de los asistentes. ¿Qué significaba esta oración? ¿Había habido un cambio? El cadáver seguía ahí... ¡No había ninguna señal de vida! El Señor expresó su comunión con su Padre y su perfecta dependencia de él para que sirviese de testimonio a la gente. Luego habló con autoridad: “¡Lázaro, ven fuera!”. ¡Y el muerto salió de la tumba!
Pasaje impresionante que ilustra la realidad de la resurrección y anticipa la del Señor y la nuestra. Esta historia también muestra la perfecta simpatía de Jesús por sus amigos sumidos en el duelo, su total confianza en su Padre y el poder de su palabra.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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