Dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en
pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en
el mesón. Había pastores en la misma región... El ángel les dijo: No
temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el
pueblo: que os ha nacido hoy... un Salvador, que es CRISTO el Señor.
Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales,
acostado en un pesebre.
Lucas 2:7-12
Para muchas personas, la palabra “pesebre” evoca
la Navidad. El pesebre es una especie de cajón donde los animales comen.
Allí fue donde acostaron al niño Jesús cuando nació, pues no había
lugar para él en el mesón (albergue para viajeros con sus animales). Un
pesebre es un lugar muy insólito para acostar a un recién nacido. ¡Qué
acogida para el Salvador del mundo cuando llegó a la tierra para
acercarse a la humanidad!
Así dice la Biblia: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Desde su nacimiento fue rechazado por los hombres. Toda su vida fue el blanco de la hostilidad de aquellos a quienes amaba y venía a salvar. Al final, para deshacerse de Jesús, los hombres lo clavaron en una cruz, pero Dios lo resucitó y lo llevó al cielo.
Hecho extraordinario: a los seres humanos que lo recibieron tan mal, Jesús ofrece un lugar junto a él en su cielo. A pesar de la manera en que fue tratado, Jesús declara: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). No lo acogimos en la tierra, ¡pero él nos abre su cielo!
“El ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:30-31).
Así dice la Biblia: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Desde su nacimiento fue rechazado por los hombres. Toda su vida fue el blanco de la hostilidad de aquellos a quienes amaba y venía a salvar. Al final, para deshacerse de Jesús, los hombres lo clavaron en una cruz, pero Dios lo resucitó y lo llevó al cielo.
Hecho extraordinario: a los seres humanos que lo recibieron tan mal, Jesús ofrece un lugar junto a él en su cielo. A pesar de la manera en que fue tratado, Jesús declara: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). No lo acogimos en la tierra, ¡pero él nos abre su cielo!
“El ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:30-31).
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