Volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas
en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más
para la guerra.
Isaías 2:4
(Cristo hizo) la paz mediante la sangre de su cruz.
Colosenses 1:20
«El hombre es un lobo para el hombre», escribió
Thomas Hobbes en el siglo 17, mucho antes de la primera guerra mundial,
la cual dejó 20 millones de muertos. La Sociedad de Naciones, creada en
1919 para conservar la paz en Europa, no pudo impedir la segunda guerra
mundial, que dejó entre 50 y 60 millones de víctimas. Desde entonces,
una aparente paz reina en los países occidentales, pero los conflictos
han cambiado de rostro con el aumento de poder del terrorismo y las
explosiones de violencia en diversos lugares del planeta. ¿Qué podemos
esperar del futuro? ¿Se puede esperar la paz en el mundo?
Desde las primeras páginas de la Biblia, poco tiempo después de que el pecado entrara en el corazón del hombre, asistimos a un asesinato: Caín mató a Abel, su hermano, por envidia (Génesis 4:8). Luego el odio individual dio paso al odio colectivo (capítulo 14). Toda la historia está jalonada por conflictos sangrientos.
Cuando Jesús nació en el pesebre en Belén, los ángeles proclamaron: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz...”. Pero Jesús no fue recibido. Los hombres clavaron en una cruz al Hijo de Dios. Entonces, ¿por qué sorprendernos al ver que las guerras se perpetúan?
El objetivo del cristianismo no es instaurar la paz en la tierra, sino proclamar la buena nueva de salvación para todo pecador que se arrepiente. Entonces el que acepta a Jesucristo como su Salvador, puede gozar de la verdadera paz.
Desde las primeras páginas de la Biblia, poco tiempo después de que el pecado entrara en el corazón del hombre, asistimos a un asesinato: Caín mató a Abel, su hermano, por envidia (Génesis 4:8). Luego el odio individual dio paso al odio colectivo (capítulo 14). Toda la historia está jalonada por conflictos sangrientos.
Cuando Jesús nació en el pesebre en Belén, los ángeles proclamaron: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz...”. Pero Jesús no fue recibido. Los hombres clavaron en una cruz al Hijo de Dios. Entonces, ¿por qué sorprendernos al ver que las guerras se perpetúan?
El objetivo del cristianismo no es instaurar la paz en la tierra, sino proclamar la buena nueva de salvación para todo pecador que se arrepiente. Entonces el que acepta a Jesucristo como su Salvador, puede gozar de la verdadera paz.
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