A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que
no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y
sin precio.
Isaías 55:1
Fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo.
1 Pedro 1:18-19
Un hombre célebre decía: «El dinero puede comprar
muchas cosas exteriores, pero no lo esencial. Nos permite comprar los
alimentos, pero no el apetito; los medicamentos, pero no la salud; los
conocimientos, pero no los amigos; días de gozo, pero no la paz ni la
felicidad». Efectivamente, en nuestra sociedad podemos conseguir casi
todo con dinero, incluso la satisfacción de las codicias más bajas, pero no hay casi nada que podamos obtener sin dinero. Todo tiene precio, incluso la vida del hombre, evaluada por las compañías de seguros.
Sin embargo, con el dinero solo podemos adquirir bienes temporales. Podemos comprar un seguro de vida, pero nada contra el miedo a la muerte. Podemos comprar tranquilizantes, pero no la paz interior, un lugar en el cementerio, pero no un lugar en el cielo.
La Biblia declara: “Vuestras riquezas están podridas” (Santiago 5:2). En efecto, los verdaderos valores, los únicos duraderos, no se venden. Pero cada uno de nosotros puede recibirlos gratuitamente. Dios ofrece la salvación del alma, el perdón de los pecados, la paz con él y la vida eterna a todo el que lo desea. Dios, Señor del cielo y de la tierra, no necesita nuestro dinero. Si reconocemos nuestra indigencia ante él y las necesidades profundas de nuestra alma invadida por el pecado, él está dispuesto a respondernos abundantemente. La respuesta a todas nuestras necesidades está en Jesús, quien comunica su vida al que desea recibirla. Es un don perfecto de parte del Dios que nos ama.
Sin embargo, con el dinero solo podemos adquirir bienes temporales. Podemos comprar un seguro de vida, pero nada contra el miedo a la muerte. Podemos comprar tranquilizantes, pero no la paz interior, un lugar en el cementerio, pero no un lugar en el cielo.
La Biblia declara: “Vuestras riquezas están podridas” (Santiago 5:2). En efecto, los verdaderos valores, los únicos duraderos, no se venden. Pero cada uno de nosotros puede recibirlos gratuitamente. Dios ofrece la salvación del alma, el perdón de los pecados, la paz con él y la vida eterna a todo el que lo desea. Dios, Señor del cielo y de la tierra, no necesita nuestro dinero. Si reconocemos nuestra indigencia ante él y las necesidades profundas de nuestra alma invadida por el pecado, él está dispuesto a respondernos abundantemente. La respuesta a todas nuestras necesidades está en Jesús, quien comunica su vida al que desea recibirla. Es un don perfecto de parte del Dios que nos ama.
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