lunes, 17 de abril de 2017

DE LA MANO

 
 
Yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria.
Salmo 73:23-24
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios... Amados, ahora somos hijos de Dios.
1 Juan 3:1-2
 
 
Desde mi ventana observé a una niña que caminaba por la acera de enfrente. Tenía más o menos dos años. Entonces pensé: esta niña apenas sabe hablar. ¿Conoce su apellido, su dirección, su número de teléfono? ¡No! ¡Apenas sabe su nombre! ¿Sabe a dónde va? Tampoco. ¿Está preocupada? ¡Para nada! Anda con paso firme, pues sabe una cosa: el hombre que camina a su lado es su papá y puede confiar totalmente en él. Su pequeño brazo está levantado, ella toma su mano. ¡Si su padre decidiese dejarla sola en la acera, sería una catástrofe! Pero esta idea ni se le ocurre. La toma con firmeza... Van tomados de la mano, y este contacto silencioso es toda la seguridad de la niña.
Esta relación tan dulce y sencilla entre un padre y su hija está llena de sentido para el cristiano, pues todo cristiano es un hijo de Dios, y Dios es un Padre lleno de ternura.
Un padre espera implícitamente de su hijo una confianza así. Para nuestro Padre celestial, esta confianza tiene un valor inmenso. El cristiano, si fuese abandonado a sí mismo, estaría sin recursos en la vida. Pero, aunque ignora el camino por donde ha de pasar, le basta saber que Dios conoce todo de antemano y que puede dejarse llevar por esta mano divina.
“Yo soy el buen pastor... (El pastor) va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Juan 10:14, 4).
“Así los apacentó conforme a la integridad de su corazón y con la habilidad de sus manos los pastoreó” (Salmo 78:72, V. M.).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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