miércoles, 19 de abril de 2017

EL ESCUDO DEL CREYENTE

 
 
El Señor es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado.
Salmo 28:7
Tomad toda la armadura de Dios... Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
Efesios 6:13, 16
 
 
El escudo, arma defensiva muy antigua, todavía es utilizado por las fuerzas policiales. La Biblia menciona frecuentemente este instrumento de defensa de los guerreros. Pero muy a menudo la palabra escudo es empleada en sentido figurado.
Dios se presenta como un escudo que asegura la protección del que confía en él. Fortaleció a Abraham mediante estas palabras: “No temas... yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1). Para expresar su agradecimiento a Dios, quien lo libró de sus enemigos, David escribió este cántico: “Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo... mi alto refugio” (2 Samuel 22:3).
Para todos los creyentes, hoy Dios sigue siendo ese escudo que los protege. Pueden decir, al igual que el apóstol Pablo: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31).
El escudo forma parte de “toda la armadura de Dios” que está a disposición del creyente. Es llamado el escudo de la fe porque representa la confianza en Dios quien lo protege de los ataques del diablo, de sus “dardos de fuego”. En efecto, Satanás trata de desestabilizar al creyente para impedirle obedecer a la Palabra de Dios e introducir dudas en su mente. Esos “dardos de fuego” pueden ser pérfidas insinuaciones, burlas, calumnias, humillaciones...
Amigos cristianos, sepamos resistir al diablo estando “firmes en la fe” (1 Pedro 5:9). Recordemos que “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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