jueves, 13 de abril de 2017

UN DESTINO INCOMPARABLE

 
 
Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle.
Mateo 26:2-4
 
 
Nadie sabe de antemano lo que le reserva la vida; nadie, excepto el Hijo de Dios. Jesús sabía perfectamente todo lo que le iba a suceder. Sabía que iba a nacer en medio de la pobreza, que poco después de su nacimiento un rey trataría de matarlo, que durante toda su vida sería incomprendido y odiado por sus conciudadanos, que finalmente sería condenado a morir crucificado. Anunció su suplicio incluso antes de que los jefes religiosos decidiesen qué hacer con él. Él prosiguió su camino hasta aceptar la muerte en la cruz: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).
¡Su actitud es un misterio para la razón! Solo la fe puede apreciar el amor de Jesús, que lo hizo seguir un camino tan duro para salvar al hombre. Esta vida de sufrimiento hasta la cruz hizo resaltar la obediencia de un hombre totalmente consagrado a la obra que Dios le había encomendado, de un hombre que, con pleno conocimiento de lo que le iba a suceder, nunca dio marcha atrás. Solo él, el hombre sin pecado, tuvo que soportar el juicio de Dios contra nuestros pecados: “El castigo de nuestra paz fue sobre él... El Señor cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).
Jesús también sabía que la muerte no podía retenerlo, y que debido a su perfección de hombre obediente, Dios lo resucitaría de entre los muertos, lo llevaría al cielo y lo glorificaría: ¡qué final tan glorioso!

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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