(Jesús dijo a la mujer:) Tus pecados te son
perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es este, que también perdona pecados? Pero él
dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Lucas 7:48-50
Lucas 7:36-50
La mujer mencionada en este pasaje necesitó mucho
valor para entrar en la casa de Simón sin estar invitada, y para unirse a
esta compañía, pues nadie ignoraba su vida (“era pecadora”). Sin
embargo pasó por alto el desprecio de todos para ir a Jesús y ungir sus
pies con perfume, en un gesto de humildad y profundo respeto. En su
presencia, no pudo retener su emoción. Lágrimas corrieron por sus
mejillas, lágrimas de arrepentimiento, sin duda, pero también de gozo.
Simón, el fariseo, el dueño de la casa, observó la escena y empezó a irritarse. El arrepentimiento de esta mujer no le importaba. Antes, no mostró hacia Jesús la consideración que normalmente se tiene para con los invitados. Ahora, lo despreciaba, pensando: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).
Pero Jesús, que lee los pensamientos, respondió a Simón con dulzura, oponiendo así la frialdad de su huésped al amor de esta mujer. Si mencionó su estado pecaminoso fue solo para anunciar que ella había recibido el perdón de Dios: “Sus muchos pecados le son perdonados” (v. 47). Y se lo confirmó directamente: “Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 48, 50). La paz que Jesús le ofrecía significaba descanso y tranquilidad para su corazón, pero también restauración y reconciliación con Dios.
Hoy él le ofrece gratuitamente la misma paz.
Simón, el fariseo, el dueño de la casa, observó la escena y empezó a irritarse. El arrepentimiento de esta mujer no le importaba. Antes, no mostró hacia Jesús la consideración que normalmente se tiene para con los invitados. Ahora, lo despreciaba, pensando: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).
Pero Jesús, que lee los pensamientos, respondió a Simón con dulzura, oponiendo así la frialdad de su huésped al amor de esta mujer. Si mencionó su estado pecaminoso fue solo para anunciar que ella había recibido el perdón de Dios: “Sus muchos pecados le son perdonados” (v. 47). Y se lo confirmó directamente: “Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 48, 50). La paz que Jesús le ofrecía significaba descanso y tranquilidad para su corazón, pero también restauración y reconciliación con Dios.
Hoy él le ofrece gratuitamente la misma paz.
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