Cristo Jesús... siendo en forma de Dios... se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz.
Filipenses 2:5-8
El poder del Señor Jesús fue mostrado en muchas
ocasiones cuando estaba en la tierra: curó leprosos, resucitó muertos,
multiplicó los panes, caminó sobre las aguas, reprendió al mar y al
viento, ordenó a un pez que le trajese una moneda para pagar el impuesto
del templo. ¡Era Dios! Sin embargo, vino a esta tierra naciendo como un
bebé en una familia pobre. Como no había lugar en el mesón, ¡el Creador
fue acostado en un pesebre! Fue un niño sumiso a sus padres, sin dejar
de ser el Hijo de Dios. ¡Él, el Dios todopoderoso, aprendió el oficio de
carpintero, conoció el cansancio debido al trabajo, tuvo hambre y sed!
Él, quien conocía todo, permaneció perfectamente humilde. No trató de dominar a los hombres. Cuando estos hicieron un complot para matarlo, no los destruyó, como hubiese podido hacerlo. En el momento de ser crucificado, se dejó detener y atar. Le escupieron, y no dijo nada; le pusieron una corona de espinas, y lo permitió; condenado a muerte, permaneció mudo ante sus enemigos. Hubiese bastado una palabra para aniquilar a sus enemigos, pero oró por ellos. Dejó que lo clavasen en una cruz para salvar a los hombres, los adversarios de Dios.
El Señor Jesús es admirable en todo su recorrido desde el pesebre de Belén hasta la cruz donde, por su muerte, muestra “la senda de la vida” a los que creen en él (Salmo 16:11). ¡Unámonos a él de todo corazón para aprender a seguirle!
Él, quien conocía todo, permaneció perfectamente humilde. No trató de dominar a los hombres. Cuando estos hicieron un complot para matarlo, no los destruyó, como hubiese podido hacerlo. En el momento de ser crucificado, se dejó detener y atar. Le escupieron, y no dijo nada; le pusieron una corona de espinas, y lo permitió; condenado a muerte, permaneció mudo ante sus enemigos. Hubiese bastado una palabra para aniquilar a sus enemigos, pero oró por ellos. Dejó que lo clavasen en una cruz para salvar a los hombres, los adversarios de Dios.
El Señor Jesús es admirable en todo su recorrido desde el pesebre de Belén hasta la cruz donde, por su muerte, muestra “la senda de la vida” a los que creen en él (Salmo 16:11). ¡Unámonos a él de todo corazón para aprender a seguirle!
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