Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Mateo 11:28
El Hijo de Dios... me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20
Cierto actor americano era conocido por ser un
alcohólico empedernido. En varias ocasiones había tratado de liberarse
de esas cadenas, pero cada vez había recaído, por lo tanto había llegado
a la conclusión de que era imposible salir de esa situación.
Desesperado y consciente de la tristeza que había ocasionado a los
suyos, sobre todo a su mujer y a sus dos hijas, una noche decidió
suicidarse. Pero antes de apretar el gatillo pensó en Dios y se dijo que
primero tenía que hablar con él. ¡Fue un largo llamado de socorro! Dios
intervino, detuvo su intención y le dio la fuerza para dejar de beber.
Descubrió el poder liberador de Jesucristo y la nueva vida que ofrece.
¡Cuántas circunstancias trágicas y dolorosas pueden hacer que alguien caiga en el pozo de la desesperación! La lista es larga: accidentes, catástrofes, enfermedades, muertes, decepciones, remordimientos... Los sufrimientos físicos, morales, o sencillamente el miedo al futuro pueden arrebatarnos las ganas de vivir. Pero Dios, que ama a todos los hombres, puede dar un sentido a nuestra existencia. Todos necesitamos el amor de Dios para ser felices. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). La vida que nos propone no está exenta de dificultades, pero Jesús nos acompaña, y su presencia nos da la serenidad y la felicidad.
“A ti clamaré, oh Señor. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro” (Salmo 28:1).
¡Cuántas circunstancias trágicas y dolorosas pueden hacer que alguien caiga en el pozo de la desesperación! La lista es larga: accidentes, catástrofes, enfermedades, muertes, decepciones, remordimientos... Los sufrimientos físicos, morales, o sencillamente el miedo al futuro pueden arrebatarnos las ganas de vivir. Pero Dios, que ama a todos los hombres, puede dar un sentido a nuestra existencia. Todos necesitamos el amor de Dios para ser felices. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). La vida que nos propone no está exenta de dificultades, pero Jesús nos acompaña, y su presencia nos da la serenidad y la felicidad.
“A ti clamaré, oh Señor. Roca mía, no te desentiendas de mí, para que no sea yo, dejándome tú, semejante a los que descienden al sepulcro” (Salmo 28:1).
No hay comentarios:
Publicar un comentario