domingo, 17 de marzo de 2013

CUANDO EL DESIERTO REVERDECE



Yo el Señor… abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca. Daré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivos.
Isaías 41:17-19


En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
Juan 7:37

En general, en el Sahara occidental de Marruecos, en primavera no hace calor, pero el clima siempre es seco. Sin embargo, el año 2006 fue excepcional, pues llovió en abundancia. ¡Nunca se había visto cosa semejante! Debido a la humedad, las plantas brotaron de la tierra con una rapidez increíble, y minúsculas flores amarillas crecieron en los arbustos que parecían secos. Todo cambió gracias a esa lluvia venida del cielo.
Nuestra vida también puede parecerse a un desierto debido a relaciones que se degradan, a la sequía del corazón, a los pensamientos negativos, al encerrarse en sí mismo… Nos falta el agua que da la vida. Tenemos sed de esta agua viva, de un verdadero refrigerio espiritual en donde encontremos compasión, perdón y verdad en el amor.
Pero, ¿dónde encontrar esta renovación de nuestro espíritu? No cavando en nosotros mismos ni en la sabiduría humana, sino yendo al Viviente, es decir, a Jesús.
Cerca de un pozo, Jesús pudo decir a una mujer que venía a buscar agua: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13-14). Esta vida lleva sus frutos. Si la hemos recibido podemos, al igual que un desierto que reverdece y florece, dar a los demás amor, alegría, paz, paciencia y bondad (Gálatas 5:22).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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