Todos sus conocidos, y las mujeres que le habían
seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas (la crucifixión).
Lucas
23:49
Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he aquí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre.
Juan
19:26-27
Los que amaban a Jesús miraban la cruz desde lejos. Con profundo
respeto levantaban los ojos hacia el Señor, ultrajado por los hombres, clavado
entre dos malhechores.
“Era la hora tercera cuando le crucificaron” (Marcos 15:25). Aquellos que le acompañaron en su camino y su servicio miraban a distancia esa escena única en la historia del mundo, incapaces de sondear su intensidad ni de entender su significado. Estaban sin palabras ante los sufrimientos de su amado Señor.
“Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (v.33). En estos momentos, Jesús ofreció su vida en sacrificio por el pecado. Estaba solo en la cruz, enfrentándose a la ira de Dios contra el pecado. Dios mismo apartó su mirada de él, el Hijo de su amor.
Al igual que los discípulos, permanecemos alejados y temerosos, contemplando con respeto y adoración. Sólo Dios pudo apreciar todas las perfecciones del Salvador y sondear la profundidad de sus sufrimientos. Nuestro lugar es estar arrodillados, a la distancia que impone el más profundo y santo respeto.
Hay quienes trataron de analizar los sufrimientos de Jesús. ¡No lo hagamos! Lo que la Palabra nos dice de ellos basta para que lo podamos adorar. ¡No añadamos nada a las Sagradas Escrituras mediante nuestra imaginación!
“Era la hora tercera cuando le crucificaron” (Marcos 15:25). Aquellos que le acompañaron en su camino y su servicio miraban a distancia esa escena única en la historia del mundo, incapaces de sondear su intensidad ni de entender su significado. Estaban sin palabras ante los sufrimientos de su amado Señor.
“Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (v.33). En estos momentos, Jesús ofreció su vida en sacrificio por el pecado. Estaba solo en la cruz, enfrentándose a la ira de Dios contra el pecado. Dios mismo apartó su mirada de él, el Hijo de su amor.
Al igual que los discípulos, permanecemos alejados y temerosos, contemplando con respeto y adoración. Sólo Dios pudo apreciar todas las perfecciones del Salvador y sondear la profundidad de sus sufrimientos. Nuestro lugar es estar arrodillados, a la distancia que impone el más profundo y santo respeto.
Hay quienes trataron de analizar los sufrimientos de Jesús. ¡No lo hagamos! Lo que la Palabra nos dice de ellos basta para que lo podamos adorar. ¡No añadamos nada a las Sagradas Escrituras mediante nuestra imaginación!
© Editorial La Buena Semilla, 1166
PERROY (Suiza)
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