martes, 5 de marzo de 2013

Justo y salvador (2)



Jesús, Señor nuestro… fue entregado por nuestras transgresiones.
Romanos 4:24-25


Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Romanos 5:1
Dios declara que todos somos como un hombre que es condenado justamente.  Quizás usted diga: «Pero yo no he hecho mal a nadie, y puedo levantar la cabeza ante los jueces».
Sí, por supuesto, ante la justicia humana.  Pero ante la justicia divina todos somos pecadores.  En efecto, todos los días, y varias veces al día, transgredimos los derechos de Dios de diversas maneras, por ejemplo con una mentira, una mirada codiciosa, un pensamiento de orgullo… ¡Sin hablar de muchas otras faltas más graves! Debido a estas faltas, Dios es ofendido, y este Dios, como es santo y justo, se ve obligado a condenarnos.
Pero contra esta condenación no hay recurso alguno.  Las obras, el dinero y los sacrificios no harán que el juez ceda.  A pesar de toda su buena voluntad, el hombre arruinado es absolutamente incapaz de pagar su multa.  Nadie puede pagar para borrar los pecados de su hijo o hija.  “La redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás” (Salmo 49:8).
¿Eso significa que no hay forma de escapar al juicio merecido? Por parte del hombre, no, pero Dios se revela como el Dios salvador.  Su propio Hijo, Jesucristo, vino a la tierra para sufrir en nuestro lugar ese terrible juicio: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6).  De este modo, Aquel que nos condena porque es santo y justo, nos libera y nos salva porque nos ama; para ello debemos aceptar a la vez su veredicto y su salvación.  El perdón que nos ofrece es el resultado de los sufrimientos y de la muerte de su amado Hijo.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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