(Uno de los dos malhechores crucificados dijo al
otro:) Recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal
hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso.
Lucas 23:41-43
Los dos malhechores que estaban crucificados al
lado de Jesús empezaron a insultarle y lo desafiaron a salvarlos. Pero,
de repente, uno de ellos cambió de actitud. Dirigió a Jesús unas
sorprendentes palabras: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.
Discernió que ese hombre crucificado a su lado era rey y pidió su favor.
Ese malhechor, que poco antes lo había insultado, le pedía perdón. ¿Qué
méritos tenía para obtener la gracia real? ¿Una acción brillante, una
obra meritoria? Al contrario, acababa de reconocer públicamente que
merecía tal castigo, que estaba bajo el justo juicio de Dios. También
acababa de proclamar la perfección de Jesús, quien estaba crucificado a
su lado.
¿Qué llevó a ese hombre a recurrir a Jesús? Nada que hubiese en él, aparte de su propia desesperación y el sentimiento de la inmensa gracia de Jesús. Sus palabras fueron movidas por la fe que, en Jesús, encontró al Salvador. Y esta fe obtuvo una respuesta que sobrepasa toda esperanza: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¡Un malhechor en el paraíso, en compañía del Hijo de Dios! En efecto, en un momento, la sangre de Jesús se derramaría por este hombre y lo limpiaría de todo pecado. Este sacrificio lo haría perfectamente digno de ocupar el sitio que estaba preparado para él en ese glorioso lugar.
¿Hay algo que pueda probar más claramente que somos salvos por gracia, y no por obras? Querido lector, sea quien sea y tal como es, no dude más en pedir la gracia de Jesús.
¿Qué llevó a ese hombre a recurrir a Jesús? Nada que hubiese en él, aparte de su propia desesperación y el sentimiento de la inmensa gracia de Jesús. Sus palabras fueron movidas por la fe que, en Jesús, encontró al Salvador. Y esta fe obtuvo una respuesta que sobrepasa toda esperanza: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¡Un malhechor en el paraíso, en compañía del Hijo de Dios! En efecto, en un momento, la sangre de Jesús se derramaría por este hombre y lo limpiaría de todo pecado. Este sacrificio lo haría perfectamente digno de ocupar el sitio que estaba preparado para él en ese glorioso lugar.
¿Hay algo que pueda probar más claramente que somos salvos por gracia, y no por obras? Querido lector, sea quien sea y tal como es, no dude más en pedir la gracia de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario