domingo, 15 de enero de 2017

EN MANOS DE LOS HOMBRES

 
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Isaías 53:7
 
 De Getsemaní a la cruz
 
 
Judas acababa de traicionar a su Maestro. Era de noche, los soldados detuvieron a Jesús. Lo ataron y lo llevaron a casa de Anás, pariente del sumo sacerdote. Allí lo golpearon en el rostro por primera vez. Luego, en casa de Caifás, donde se habían reunido los jefes religiosos, falsos testigos lo acusaron. Jesús no respondió. Todos lo condenaron y querían matarlo. Le escupieron la cara, lo azotaron... Pedro lo negó tres veces.
Fue entregado a Pilato, el gobernador romano, quien dijo que Jesús era inocente. Pilato lo remitió a Herodes, quien lo trató con desprecio y, para burlarse de él, le puso una ropa resplandeciente y lo devolvió a Pilato. El gobernador trató de liberarlo, pero no lo logró.
Para burlarse de él, negando su posición de rey, vistieron a Jesús con una ropa de color púrpura (ropa real), le pusieron una corona de espinas y lo expusieron así ante la multitud. Esta gritó a una voz pidiendo la liberación de Barrabás, que era un asesino, y exigió la crucifixión de Jesús. Pilato mandó azotarle; los soldados se reunieron en torno a él en el patio del palacio. Le quitaron las vestiduras de púrpura y le pusieron su propia ropa. Jesús guardó silencio y fue llevado hasta el Gólgota para ser crucificado.
Este hombre, llamado Jesús, ¡es el Hijo de Dios! ¿Por qué no mostró resistencia alguna? ¿Por qué no hizo valer su inocencia? Porque “Cristo padeció por nosotros” (1 Pedro 2:21).
Luego, en la cruz, “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios...” (1 Pedro 3:18).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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