martes, 29 de enero de 2013

De un ídolo al Salvador


Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece.
Salmo 57:1-2
David pasaba su tiempo libre lustrando su moto, que era para él un verdadero ídolo.  Se había convertido en un profesional en sus pruebas en la carretera.  Cierto día un automóvil de gran cilindrada lo siguió.  Era imposible alejarse de ese vehículo, así que David se detuvo y el otro conductor también.  – ¡Qué control, qué soltura… fue un verdadero placer seguirle!, dijo el conductor del automóvil.  Usted es el hombre que estoy buscando para exhibir la marca de motos que represento.  Entonces David entrevió la competición, el éxito, la gloria y la fortuna.
Después de la moto vino el automóvil.  Pronto formó parte de un rally internacional.  Practicaba todos los domingos para estar bien preparado el día de la salida.
«Un domingo, dijo él, después de haber conducido diecinueve horas seguidas, me dormí al volante… Me sacaron de en medio de un montón de chatarra.  En la cama del hospital sólo tenía un Nuevo Testamento que mi tía me había dado.  Nunca lo había abierto, pero lo guardaba en mi bolsillo por amor a ella y porque me lo había recomendado.  Lo abrí al azar y leí: “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14).
¡Una neblina! Sí, estuve al borde de la muerte y del juicio que le sigue (Hebreos 9:27).  Dios me hablaba solemnemente. Reconocí mi locura y la misericordia divina».  Ese día David encontró la paz con Dios y puso toda su energía al servicio de su nuevo Maestro.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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