lunes, 14 de enero de 2013

LA PUERTA DEL PALACIO



(Jesús dijo:) Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo.
Juan 10:9


El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
2 Pedro 3:9

Una niña de cinco años hacía su oración, muy seria, antes de acostarse: «Señor Jesús, yo te quiero; por favor, no cierres muy rápido la puerta de tu palacio para que mi abuelito también pueda entrar».  La inocente oración de esta niña nos recuerda una gran verdad: Hoy la puerta del cielo está abierta, pero no lo estará para siempre.  Se abrió ampliamente cuando Jesucristo pagó en la cruz el castigo que merecían todas nuestras faltas (Mateo 20:28).  La paciencia de Dios hace que aún hoy esté abierta, porque él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).  Pero un día esta paciencia llegará a su fin.
Esta niña lo comprendió y se preocupa por su abuelo, quien todavía no ha entendido cuánta necesidad tiene del Salvador.  Quizá no siente que está perdido debido a sus pecados.  La palabra «pecado» muchas veces resuena mal en nuestras conciencias, que son tan lentas para examinarse.
Quizás ese abuelito es un «hombre honesto»: rebajarse para reconocer su indignidad ante un Dios santo es humillante.  Es difícil creer que nuestros pecados nos separan de Él, y que nuestros esfuerzos y méritos no tengan ningún poder para acercarnos a Dios.
Quizás uno de nuestros lectores sea hoy el objeto de la oración constante de uno de sus familiares, pero ante todo es el objeto del amor y de la paciencia de Jesucristo.  ¡Sus manos también fueron clavadas por usted!

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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