He aquí que Dios es grande,
pero no desestima a nadie; es poderoso en fuerza de sabiduría.
Job 36:5
Mirad las aves del cielo… vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
Mateo 6:26
¿Cuál es el precio de un ser humano? Debido a las
necesidades de las sociedades de seguros, hemos llegado a «poner precio» a la
vida del hombre. Pero, ¿qué precio tiene
su alma inmortal? Pese a que Jesús conoce nuestra decadencia moral, para él
nuestra alma tiene más valor que todas las riquezas de la tierra. Él pudo decir: “¿Qué aprovechará al hombre, si
ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por
su alma?” (Mateo 16:26).
Durante su vida en la tierra, el comportamiento de Jesucristo se diferenció de sus contemporáneos porque acogía a los excluidos de la sociedad. No rechazaba a nadie. Las conversaciones que tuvo con los samaritanos, pueblo rechazado por los judíos, estaban llenas de bondad. Permitía que los leprosos, esos «intocables», se acercasen a él, y los sanó como respuesta a su fe. Recibía a los niños con los brazos abiertos. Estaba lleno de compasión hacia la miseria humana.
Pero, más que eso, se dio a sí mismo en la cruz para expiar los pecados de todos los que creerían en él, independientemente de su rango social y de su condición. “Dios es amor” (1 Juan 4:16). La prueba irrefutable de ello fue la vida y el sacrificio de su Hijo Jesucristo.
¿Despreciaríamos ese amor? ¿Rechazaríamos esa extrema devoción? Él se dio por nosotros; recibámosle en nuestro corazón mediante la fe. Nos purificará, nos dará una nueva vida y también el deseo y la fuerza de seguirle e imitarle.
Durante su vida en la tierra, el comportamiento de Jesucristo se diferenció de sus contemporáneos porque acogía a los excluidos de la sociedad. No rechazaba a nadie. Las conversaciones que tuvo con los samaritanos, pueblo rechazado por los judíos, estaban llenas de bondad. Permitía que los leprosos, esos «intocables», se acercasen a él, y los sanó como respuesta a su fe. Recibía a los niños con los brazos abiertos. Estaba lleno de compasión hacia la miseria humana.
Pero, más que eso, se dio a sí mismo en la cruz para expiar los pecados de todos los que creerían en él, independientemente de su rango social y de su condición. “Dios es amor” (1 Juan 4:16). La prueba irrefutable de ello fue la vida y el sacrificio de su Hijo Jesucristo.
¿Despreciaríamos ese amor? ¿Rechazaríamos esa extrema devoción? Él se dio por nosotros; recibámosle en nuestro corazón mediante la fe. Nos purificará, nos dará una nueva vida y también el deseo y la fuerza de seguirle e imitarle.
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