viernes, 4 de enero de 2013

LAS RIQUEZAS DE JESUCRISTO



Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8:9


A mí… me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
Efesios 3:8

Jesús nació en Belén en medio de unos sencillos pastores.  Como en el mesón no había lugar para sus padres ni para él, fue acostado en un pesebre.  Por ello Jesús es accesible a los más pobres, porque precisamente vino para enriquecer a tales personas.
Pero, ¿a qué riquezas nos referimos?
Jesús no tenía dinero (Lucas 20:24).  Algunas mujeres le daban de sus bienes para las necesidades cotidianas (Lucas 8:3).  Y para pagar el impuesto, mandó que un pez le trajese la suma necesaria (Mateo 17:27).  También alimentó a más de 5.000 personas con sólo cinco panes de cebada y dos peces (Juan 6:5-14).
De hecho, Jesús no vino a traer plata u oro, riquezas efímeras, sino la verdad, la cual pone al desnudo el estado moral del hombre; también vino a traer la gracia de un Dios que ama a sus criaturas.  Estas son las verdaderas riquezas que Jesús tiene reservadas para los que depositan su confianza en él.
Jesús manifestó en toda su conducta los mismos caracteres de Dios.  Nunca hizo algo para sí mismo.  Hacía el bien sin esperar nada a cambio.  Jesús manifestó su compasión a una viuda resucitándole a su hijo único (Lucas 7:13-15).  Lloró en Betania y llamó a Lázaro para que saliese de la tumba (Juan 11:35, 43).  Sólo él tenía el poder para decir a un hombre paralítico: “Tus pecados te son perdonados… Levántate y anda” (Lucas 5:20-23), es decir, para curar el alma y el cuerpo.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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