En esto hemos conocido el amor, en que él puso su
vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano
tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de
Dios en él?
1 Juan 3:16-1Lucas 10:29-37
Un hombre preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi
prójimo?” (Lucas 10:29). Jesús le respondió mediante una parábola: un
hombre cayó en manos de ladrones, los cuales lo dejaron gravemente
herido al borde del camino. Por allí pasó primero un sacerdote, y luego
un levita, pero ambos continuaron su camino sin hacer nada para
ayudarle. Un hombre de Samaria, despreciado por los judíos, pasó por el
mismo lugar. Y viendo al herido, tuvo compasión de él, lo curó, lo llevó
a un albergue, lo dejó en manos del mesonero y pagó todos los gastos.
Entonces Jesús preguntó quién había sido el “prójimo” del hombre herido. De esta manera puso a su interlocutor, no en la posición del benefactor, sino en la del pobre que depende de los cuidados de un extranjero despreciado. El hombre reconoció claramente que el prójimo era el samaritano. Jesús concluyó diciendo: “Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).
El herido representa al hombre maltratado por Satanás, quien abandona a sus víctimas. Los hombres religiosos no pueden hacer nada por él. Este samaritano es una figura de Jesús, quien se compadece de cada ser humano. Se encarga de él y lo salva por la eternidad.
La conclusión es importante: para ayudar a los demás eficazmente, hay que empezar por ser uno mismo el objeto de los cuidados de Jesús. Tenemos que conocerle como nuestro Salvador. Solo entonces, Jesús puede invitarnos a actuar como él.
Entonces Jesús preguntó quién había sido el “prójimo” del hombre herido. De esta manera puso a su interlocutor, no en la posición del benefactor, sino en la del pobre que depende de los cuidados de un extranjero despreciado. El hombre reconoció claramente que el prójimo era el samaritano. Jesús concluyó diciendo: “Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).
El herido representa al hombre maltratado por Satanás, quien abandona a sus víctimas. Los hombres religiosos no pueden hacer nada por él. Este samaritano es una figura de Jesús, quien se compadece de cada ser humano. Se encarga de él y lo salva por la eternidad.
La conclusión es importante: para ayudar a los demás eficazmente, hay que empezar por ser uno mismo el objeto de los cuidados de Jesús. Tenemos que conocerle como nuestro Salvador. Solo entonces, Jesús puede invitarnos a actuar como él.
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