sábado, 8 de julio de 2017

EL TSUNAMI

 
Porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus ondas. Suben a los cielos, descienden a los abismos; sus almas se derriten con el mal... y toda su ciencia es inútil.
Salmo 107:25-27
Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.
Isaías 45:22
 
 
Sin duda los habitantes de Taro pensaban que estaban bien protegidos de las tempestades del océano Pacífico. Un gigantesco dique de más de diez metros de altura había sido construido sobre el litoral para proteger a ese pequeño pueblo de pescadores al noroeste de Japón. El tsunami del 11 de marzo de 2011 les probó trágicamente lo contrario. Una vez más el hombre tuvo que aprender que todas sus precauciones son rápidamente reducidas a la nada.
Dios habla a los hombres de diferentes maneras. ¡Cuántas veces hemos experimentado su protección! En esos momentos nos ha recordado el poder de su bondad por nosotros.
A veces su voz es más fuerte. Los terremotos y los tsunamis sorprenden a todo el mundo y demuestran la pequeñez del hombre ante el poder de la naturaleza. Dios, maestro del universo, manda venir la tempestad y la detiene con el constante objetivo de interpelarnos: “¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?” (Proverbios 30:4). Sí, Dios vino bajo la forma de un hombre, Jesucristo, su Hijo. Más que palabras, su vida en la tierra y su muerte en la cruz dan testimonio de su infinito amor.
¿Le hemos prestado atención? Velemos para no rechazar a aquel que nos habla así desde el cielo (Hebreos 12:25). Lo hace todavía hoy, en particular mediante su Palabra, la Biblia.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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