No os preocupéis por lo que habéis de comer... de
beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan
las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de
estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán
añadidas.
Lucas 12:29-31
Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
Mateo 6:8
Qué consoladora es esta pequeña frase: ¡“Vuestro
Padre sabe”! Jesús no dice: «Vuestro Padre vendrá a ayudarles», cosa que
es cierta, sino que insiste en el hecho de que él conoce perfectamente
todas nuestras necesidades. Él sabe. ¿No nos basta saber, en todas las
situaciones, que nuestro Padre sabe todo lo que nos concierne, que
siempre nos escucha, que su amor no cambia? Él sabe. No se le escapa
nada relativo a sus criaturas. ¡Descansemos en esta seguridad!
Nuestro Padre sabe cuáles son nuestras necesidades. Las contó, las pesó y se ocupa de ellas con sabiduría y amor. La simpatía de los hombres siempre tiene sus límites, pero cuando una persona que sufre experimenta que Dios está a su lado, ¡qué alivio!
El apóstol Pablo, encadenado en una cárcel, lo experimentó. Con respecto a su comparecencia ante el tribunal del emperador escribió a Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:17). En otra ocasión dramática, a punto de naufragar, declaró a sus compañeros de viaje: “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas” (Hechos 27:23-24).
Dios se ocupaba de su siervo y lo fortalecía en la tempestad. Quizá no nos envíe un ángel, pero él “sabe”, y este pensamiento calma nuestras inquietudes y nos da ánimo.
Nuestro Padre sabe cuáles son nuestras necesidades. Las contó, las pesó y se ocupa de ellas con sabiduría y amor. La simpatía de los hombres siempre tiene sus límites, pero cuando una persona que sufre experimenta que Dios está a su lado, ¡qué alivio!
El apóstol Pablo, encadenado en una cárcel, lo experimentó. Con respecto a su comparecencia ante el tribunal del emperador escribió a Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:17). En otra ocasión dramática, a punto de naufragar, declaró a sus compañeros de viaje: “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas” (Hechos 27:23-24).
Dios se ocupaba de su siervo y lo fortalecía en la tempestad. Quizá no nos envíe un ángel, pero él “sabe”, y este pensamiento calma nuestras inquietudes y nos da ánimo.
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