Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio,
ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha
preparado para los que le aman.
1 Corintios 2:9
El alma en el interior del cuerpo humano puede ser
comparada al pajarito escondido en la cáscara del huevo. Si por algún
medio el pollito pudiera enterarse de que al exterior del huevo existe
un vasto mundo lleno de luz, flores, praderas, ríos, colinas; si se le
dijera que todo es magnífico, que sus padres viven en ese mundo y que él
mismo formará parte de él cuando salga de su prisión, no entendería
nada y no creería nada de lo que se le dice. Si usted pudiera explicarle
que un día verá todo esto con sus pequeños ojos, que volará con sus
alas aún imperfectas, tampoco creería; ninguna prueba lo convencería.
Así mucha gente no cree en la vida futura ni en la existencia de Dios, porque no puede verlas mientras está en su «cáscara» terrenal. Su imaginación, semejante a ojos cerrados, a alas demasiado débiles, es incapaz de volar más allá de los límites de su razón; no puede ver con sus ojos físicos las cosas espléndidas y eternas que Dios preparó para los que le aman.
El hombre, criatura limitada, necesita la fe para elevarse al nivel de los misterios del Dios infinito. Es imposible que el ser humano con su inteligencia limitada pueda penetrar en las profundidades de los secretos divinos con los únicos medios que posee en sí mismo.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve... Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:1, 7).
Así mucha gente no cree en la vida futura ni en la existencia de Dios, porque no puede verlas mientras está en su «cáscara» terrenal. Su imaginación, semejante a ojos cerrados, a alas demasiado débiles, es incapaz de volar más allá de los límites de su razón; no puede ver con sus ojos físicos las cosas espléndidas y eternas que Dios preparó para los que le aman.
El hombre, criatura limitada, necesita la fe para elevarse al nivel de los misterios del Dios infinito. Es imposible que el ser humano con su inteligencia limitada pueda penetrar en las profundidades de los secretos divinos con los únicos medios que posee en sí mismo.
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve... Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:1, 7).
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