Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que
me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de
hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna.
Juan 12:49-50
Cuando estaba en la tierra, Jesús hablaba y
actuaba con autoridad. Impresionaba a las multitudes, que decían: “Con
autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen” (Marcos
1:27). Sus palabras tenían un poder desconocido hasta ese momento. Podía
curar las enfermedades mediante una simple palabra. Un oficial romano
incluso le pidió: “Di la palabra, y mi criado sanará” (Mateo 8:8). Este
oficial no fue decepcionado: “Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y
como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma
hora” (Mateo 8:13).
Su autoridad también fue perceptible en su enseñanza. “Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1:22). Jesús no se apoyaba en tal o cual maestro de la ley para acreditar sus declaraciones. Simplemente afirmaba: “De cierto, de cierto os digo”.
¿De dónde tenía esta autoridad? Los evangelios nos dan la respuesta. Jesús es más que un hombre excepcional. Es el Hijo de Dios; quiso acercarse a su criatura para salvarla del mal y de la muerte. Su autoridad se establecía de forma natural, porque era Dios. Era visible en toda su vida, su comportamiento, sus palabras, porque había venido a revelar a Dios el Padre: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Era el Enviado del Padre, no para dominar, sino para liberar; no para condenar, sino para salvar a los que confiaban en él. ¡Esto todavía es cierto hoy!
¿Ha reconocido usted la autoridad de Jesús en su vida, con confianza y sinceridad?
Su autoridad también fue perceptible en su enseñanza. “Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1:22). Jesús no se apoyaba en tal o cual maestro de la ley para acreditar sus declaraciones. Simplemente afirmaba: “De cierto, de cierto os digo”.
¿De dónde tenía esta autoridad? Los evangelios nos dan la respuesta. Jesús es más que un hombre excepcional. Es el Hijo de Dios; quiso acercarse a su criatura para salvarla del mal y de la muerte. Su autoridad se establecía de forma natural, porque era Dios. Era visible en toda su vida, su comportamiento, sus palabras, porque había venido a revelar a Dios el Padre: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Era el Enviado del Padre, no para dominar, sino para liberar; no para condenar, sino para salvar a los que confiaban en él. ¡Esto todavía es cierto hoy!
¿Ha reconocido usted la autoridad de Jesús en su vida, con confianza y sinceridad?
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