Ojalá callarais por completo, porque esto os fuera sabiduría.
Job 13:5
Respondió Job al Señor, y dijo:... De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.
Job 42:1, 5
En la Biblia encontramos la historia de Job, un
hombre que fue probado por el silencio de Dios. Golpeado súbitamente por
la muerte de sus hijos, la enfermedad y el sufrimiento, Job permaneció
mudo durante una semana. Luego tuvo que enfrentarse a las palabras
acusadoras de sus amigos, quienes trataban de buscar las razones de sus
desgracias.
¡Cuántos discursos inútiles ante aquellos que pasan por el sufrimiento! ¡Cuántas palabras sin sentido que muestran nuestra incapacidad para comprender! Al que sufre le es difícil callar cuando quisiera liberarse de sus cargas y hallar la comprensión de sus amigos.
Ante el silencio de Dios, Job no permaneció callado. Primero habló, después gritó y expresó a Dios su ira, su desgracia. Luego hizo silencio y Dios le habló. Entonces comprendió que Dios no se reduce a la idea que él se hacía de Dios: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía... De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:3-6).
En medio de nuestros conflictos internos, Dios quiere llevarnos a mirarle a él, a experimentar su paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). El silencio de Dios no es la ausencia de Dios. Y la prueba por la que permite que pasemos quizá tenga como objetivo operar en nosotros un profundo cambio.
En el silencio de la prueba, pensemos en el silencio que Jesús sufrió en la cruz por parte de su Dios, precisamente para que nosotros nunca más estemos solos.
¡Cuántos discursos inútiles ante aquellos que pasan por el sufrimiento! ¡Cuántas palabras sin sentido que muestran nuestra incapacidad para comprender! Al que sufre le es difícil callar cuando quisiera liberarse de sus cargas y hallar la comprensión de sus amigos.
Ante el silencio de Dios, Job no permaneció callado. Primero habló, después gritó y expresó a Dios su ira, su desgracia. Luego hizo silencio y Dios le habló. Entonces comprendió que Dios no se reduce a la idea que él se hacía de Dios: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía... De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:3-6).
En medio de nuestros conflictos internos, Dios quiere llevarnos a mirarle a él, a experimentar su paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). El silencio de Dios no es la ausencia de Dios. Y la prueba por la que permite que pasemos quizá tenga como objetivo operar en nosotros un profundo cambio.
En el silencio de la prueba, pensemos en el silencio que Jesús sufrió en la cruz por parte de su Dios, precisamente para que nosotros nunca más estemos solos.
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